La balada de Alice y una copa de bourbom



Me pasé la noche bebiendo de una copa rota. Bourbon de la mejor calidad. No podía creer que ese lugar de mala muerte hubiese un trago tan bueno. Ni siquiera había moscas en ese apestoso sitio. Lo encontré en el último maldito rincón de la ciudad.

Estaba demasiado ebrio como para irme. Además, no estaba seguro de a dónde había dejado mi carro. Le pedí al mesero otro vaso lleno de lo mismo. Me miró como diciéndome: “no te serviré más, mugroso borracho”.

Le sostuve la mirada por un par de segundos. "Dame una excusa para partirte el culo, desgraciado", pensé. No me dijo nada y empezó a servirme. Le pedí que dejara la botella.

El barsucho aquél parecía un saloon del viejo oeste. Sucias mesas de madera, con ceniceros llenos de viejas colillas y escupitajos. Yo estaba sentado en la barra. El mesero era un tipejo flaco, de cabello largo y una barba ridícula. Como la del coronel de Kentucky Fried Chicken. Calculé que debería tener unos 55 años. Y que llevaba 40 sirviendo tragos allí.

Le di un buen sorbo a mi bourbon. Carajo, qué buen trago. Me metí la mano al bolsillo izquierdo del pantalón. Siempre guardaba mis cigarrillos allí. Pero no estaban. En la mañana, antes de que se rompiera la tubería del baño, me había fumado el último. Putas cañerías, sólo los plomeros se interesan en ellas y yo no era uno, así que ahora mi casa era una pecera. Una en la que este pez no siente deseos de nadar.

Mierda, de verdad necesitaba algo de humo. No podía desperdiciar ese whisky. La última vez que bebí uno tan bueno fue en Singapur. Viajé en un barco de carga hasta allá. Trabajaba transportando basura a bordo de 25 metros de chatarra flotante. En aquella ocasión llevábamos dos toneladas de bananos colombianos a un tipo quería darle una fiesta sorpresa a una gorila que había traído desde África. Maldito loco. Quiero decir, he hecho cosas estúpidas en mi vida, pero ¿pasar vacaciones en África?

En el fondo del antro vi a una chica fumando. Esos cigarrillos eran de la marca que me gusta. Bien, nunca fui bueno hablando con mujeres en bares, pero estaba lo bastante borracho como para hacer una excepción. Y, sí que necesitaba una buena calada.

Cuando me paré del asiento casi me parto la cabeza. Me acerqué a la mujer dando tumbos. Todo se iba complicando con cada paso que avanzaba. Era de verdad bonita. Tenía el cabello ondulado y amarillo. Llevaba una blusa oscura con un profundo escote. Creo que Pamela Anderson podría haber sentido envidia. La mesa le ocultaba las piernas, pero estoy seguro de que habría dado mi brazo derecho por meterme entre ellas.

Fumaba despacio. Por un segundo me pareció estar viendo a una de esas mujeres que salían en las películas de detectives de lo años 30. Excepto que yo no era Humphrey Bogart y ella no sería ningún problema para mí, sólo quería un cigarrillo y regresaría a mi bourbon.

Llegué hasta su mesa sin caerme o vomitar. “Hola, pequeña”, le dije. “¿Acaso tienes otro de esos bebés que me obsequies?” Le señalé la cajetilla que tenía junto al vaso. Creo que estaba tomando vodka tonic. “Sí, desde luego”, me dijo. “Pero, dime algo...¿sabes el nombre de esa canción?”.

Carajo ¿había música? “No tengo ni idea”, respondí. Me miró directo a los ojos. Tenía una mirada bonita, de esas que te encoge el corazón, pero no sabes si es porque te está viendo directo al alma o porque, en realidad, no te está mirando a ti.

“¿De verdad no lo sabes?”, insistió. “Mira linda, sólo quiero un cigarrillo para acompañar mi whiskey. No me interesa quién carajos es ese sujeto, ni tampoco qué dice”, me tambaleaba mientras le decía eso.

“Es Tom Waits. La canción se llama Alice y la escribió para mí”. Enseguida me pasó la cajetilla de cigarrillos. Aplastó el que se estaba fumando en su vaso de vodka tonic, se puso de pie y salió del bar sin decir nada más.

Por un segundo quise correr tras ella y pedirle perdón por ser un jodido ignorante. Las piernas no me respondieron y tuve que sentarme

Le grité al mesero que me llevara la botella hasta esa mesa y que le pusiera volumen a la canción. Me lanzó una mirada de odio desde la barra. Malditos meseros, no tienen una puta idea de música ni de mujeres. Era Alice de Tom Waits, una canción para ella. La balada justa para una copa de bourbon.