Sobre excusas y oportunidades mientras se acaba el tiempo


In Memoriam: Diego Joan Gómez

Cuando alguien se va de casa, y te quedas solo, debes vender algunos muebles para pagar la renta o para que no te corten el agua. Cuando un amigo muere encuentras excusas. Puedes ahogarte en alcohol todo el día, faltar a tu trabajo y dejar de bañarte por un par de semanas.

Pero, nada de eso cura el dolor. A veces lo que verdaderamente funciona es o hacer llorar a un payaso o embarazar a la mamá de alguno de los viejos profesores de biología.

Sin embargo, nada supera lanzarse frente a un auto en movimiento. Quedar desparramado por una transitada autopista sí que debe ser una buena terapia para aceptar la muerte.

De cualquier forma tu hora final está cerca. En este momento, en siete esquinas diferentes debe haber algún tipo cargando un revólver. Eso son siete balas con tu nombre en ellas. Tarde o temprano, caminando por ahí, doblarás en una de esas esquinas.

Cuando un amigo muere el dolor te pasma. La lengua se duerme y hacerse la paja parece un pecado. Pero, también encuentras oportunidades. Puedes elegir actuar como un cachorro perdido para que aquella chica de la oficina, con las piernas tan largas como las carreteras del desierto, sienta deseos de cuidarte.

Se trata de voltear las cosas para tu maldita conveniencia. Si te dan limones, busca tequila. Si a tu amigo lo agujerean en la calle, sacude a alguna hermosa nena que sienta compasión por ti.

De cualquier forma, eres el siguiente en la lista para ser borrado. El dolor te pudre y aceptarlo como tal es venenoso, produce gangrena y duele en el pecho. Cuando un amigo muere la respuesta está en irse de parranda, en beber hasta que el carro de la basura te recoja del andén. Así se lidia con la tristeza: buscando excusas y aprovechando oportunidades.

Cuando alguien se va así, de repente, arrancado, pocas cosas valen la pena. En ese momento la religión es mierda de bebé, la fe es igual al corazón de una puta que cobre $2.000 por una mamada: insignificante. Solamente alguien esperando por ti en casa con una botella de whisky barato te puede sacar del fondo.

Pero, hay ocasiones en las que el hoyo es demasiado profundo. Ni las lágrimas de payaso ni una membresía en todos los bares del país sirven para algo. Llegan días en los que todos te quieren convencer de que lo que ocurre allá afuera está justificado. Hay quienes aseguran que la muerte tiene una razón valedera.

No mienten. Pero sólo quien muere entiende esas razones. Tú te quedas aquí, buscando formas en las nubes, contando grietas en las paredes, rompiéndote el cerebro y el corazón para comprender. Aunque, tranquilo, ya cruzarás alguna de las esquinas donde te esperan.

Carta a una desconocida


A veces me gusta pensar que soy un gato sin dueño que se escapa a beber vodka por los tejados y a mirar la ciudad por la noche. Tal vez alguna vez podrías acompañarme. Nos podríamos sentar por ahí y hablar de fantasmas o de películas hasta que salga el sol y podamos ir por más vodka.

Estoy seguro de que no crees que eso sea una buena idea. No importa, de cualquier manera no soy una buena compañía. A veces estoy demasiado triste y se me escapan historias de cuando todo era más fácil y todos mis cuentos tenían un final feliz.

Además, sé que no soy Mickey Rourke en Nueve Semanas y Media. Sin embargo, el día que quieras podemos sentarnos con una bolsa llena de cassettes mal grabados, unos cuantos cigarrillos, mentas y un libro que te guste, para que tengamos un buen tema de conversación.

Estoy seguro de que podríamos pasar semanas viviendo así: sólo los dos oyendo viejas canciones de Rolling Stones, mientras te muestro fotos de mi abuelo. Tienes que conocerlo. Ese tipo sí que vale la pena. Nunca conocí a nadie que pudiese comer tantos chocolates seguidos sin indigestarse y saber de memoria la historia del Soldadito de Plomo, donde el protagonista no muere.

Así que, piénsalo. Podrías pasar un par de buenas horas junto a mí, los recuerdos de mi abuelo y el dinero que me ha ganado jugando al billar. Prometo no contar chistes, hablar moderadamente y guardarme un par de secretos.