Apuesto todo al negro




- Bien. ¿Me quiere explicar qué carajos pasa aquí? – quien preguntaba era un policía. Estaba doblado noventa grados sobre la ventanilla de mi carro. Puso la cara a dos centímetros de mi nariz y repitió la pregunta. Pensé que debería venir de comerse un par de kilos de mierda. Su aliento asqueroso me empañó las gafas.

- ¿Entonces?- inquirió el oficial Aliento a Mierda.

Qué carajada aquella. Siempre hay un maldito policía con ganas de romperle los huevos a alguien. Caí redondo en la trampa.

- Verá…la cosa es más o menos así- comencé a explicar- Acabo de salir de la casa de una mujer- pensé que sería suficiente para que me dejara ir.
- …Entiendo
- Es mi chica y la quiero pero, creo que cometí un error con ella. Cree que me ama porque tengo talento para escribir.
- ¿Y lo tiene?
- Oh, no, para nada. Mi interés principal es inventar un mecanismo para que cuando la gente vacíe el inodoro no se queden restos de mierda en la tasa. Trabajo en ello a diario. Supongo que a usted le sería muy útil.

Aliento a Mierda se retiró dos pasos de mi carro y sacó su arma. La apuntó hacia el piso y eso fue suficiente para ponerme atento, el muy cabrón tenía la mirada de Clint Eastwood en Harry el Sucio.

- Bueno, bájese del carro ahora- me ordenó
- ¿Qué acaso no me va a pedir los papeles y cosas de esas? Tengo mi licencia recién renovada. Hasta me saqué fotos para ésta.
- No será necesario, señor. Nos vamos para la estación de inmediato.
- ¿Arrestado?
- Umm jumm
- ¿No le preocupa que presente una queja por hostigamiento policial? ¡Se está usted saltando todas las malditas reglas del manual!
- No soy yo quien venía manejando en reversa por una zona residencial a casi 80 kilómetros.
- Pero si ni siquiera me dejó explicar por qué venía haciendo eso.
- Umm jumm

En un minuto estaba esposado y sentado en el andén esperando. Aliento a Mierda pidió refuerzos para trasladarme. Me sentí halagado.

Vaya manera de comenzar el día. Primero Lyda casi me estrella un florero en la cabeza y ahora esto. Ella es una buena mujer pero es muy estrecha. Dice que me ama porque se siente inteligente a mi lado. Cree que asiste, sentada en primera fila, al comienzo de una nueva era literaria.

No, no, no. Carajo, nada de eso es verdad. La literatura es mierda, igual que el cine y la los noticieros. Y no soy mejor que eso. Los escritores que valen la pena están muertos ya y yo, que no sirvo para nada. no he tenido el valor de dispararme en la sien.

Porque para ser grande no se requiere de tiempo. Los grandes nacieron muertos. Se levantaron de entre su propia mierda y se erigieron como semi dioses dorados.

Para ser grande se debe haber tenido la oscura boca de un cañón apuntándote directo a la cara. Morrison conoció la muerte a los cuatro años y se dedicó a seducirla. Se fue de esta vida en medio de vómito, sangre y mocos. Pero, ¿a quién le importa eso? Carajo, era Morrison, el jodido Rey Lagarto. Y él hizo que la muerte lo siguiera hasta Francia. Se apagó luego de hartarse de drogas, alcohol y orgasmos. Mr. Mojo Risin’ se largó mundo a su manera.

Cuando Buk nació 10 millones de personas acababan de arder por las bombas y las balas de la Primera Guerra Mundial. De chico no jugó a la pelota ni coloreó cuadernos. De chico huyó de los alemanes y se mudó a otro país para salvar el pellejo.

Un sabor temprano de la muerte lo convirtió en uno de los buenos. Mientras trabajaba repartiendo cartas idiotas se dedicaba a beber y a apostar todo su sueldo en el hipódromo. Encontró su sitio fuera de la dinámica urbana de nacer, crecer, hacerse un zombie y morir. Ahora está allí, sentado en pantalones cortos junto a Ciorán. Y ambos están bebiendo de la misma botella de whiskey malo. Los dos escritores rompebolas más grandes en toda la Vía Láctea.

El resto de idiotas lo hacen por las razones equivocadas. Quieren dinero y lenguas que les limpien el culo. Quieren el colesterol alto y sus caras en las cajas de cereal. Quieren protagonizar comerciales de zapatos deportivos y un auto compacto que destruir durante una borrachera.

Yo soy uno de ellos. He pasado mucho tiempo sentado frente a la televisión viendo a París Hilton. Me arruiné desde pequeño. Llegué tarde a Tom Waits y a Nick Cave. Llegué tarde a la angustia y cuando la conocí fue por vía satélite.

Las hamburguesas de McDonalds y Britney Spears arruinaron mi resistencia. Nací en la calle pero crecí sin mirar nunca las estrellas. Entre los partidos de fútbol los domingos y las alocuciones presidenciales conocí el amor de las mujeres y el valor de un cigarrillo antes de dormir.

Pero, era tarde, ya tenía la batalla perdida. Me hice blando y recuperar el terreno que me ganaron con los vallenatos y los libros de superación personal no es nada sencillo. Pero, hasta ahora no todo está perdido. Todavía me queda una oportunidad más. Voy a apostar todo al negro.

El alcohol y unas buenas amistades me salvaron algo de la dignidad y juntos avanzamos unos metros hacia una existencia menos patética. Las mujeres también ayudaron. Algunas giraron con tanta velocidad a mi alrededor que me levantaron los pies del piso. Pero, casi siempre encontraba la manera de joderlo todo y hacer que ellas quisieran levitar sobre un cuerpo celeste un poco más brillante. Uno que quedara lejos de mí.

Lyda está bastante bien, pero sabe bailar con mucha gracia y conoce de primera mano cómo funcionan las acciones en Wall Street. Y ya sabes que pasa allí. La gravedad siempre gana.

Ella tiene sueños. En silencio me burlo de ellos. Creo que son ridículos y poco honestos. No puedo contar cuántas veces una chica me dijo que sueña con conocer París para tomarse un café frente a la Torre Eiffel.

Lyda quiere un trabajo estable y dos niños. Quiere un labrador dorado y auto nuevo. Confía en que yo le puedo dar eso. Por eso intenta leer a los perros de guerra que lo hicieron antes. Habla con propiedad de Faulkner e inclusive ha ojeado a Norman Mailer. Pero, tiene muchos horóscopos sin revisar y sabe resolver sudokus.

Hoy le dije que se largara y no dudó en volarme la cabeza con un florero. Le dije que encontrara a un hombre de su estatura. Alguien que quiera salir en la portada de Cosmopolitan sonriendo a su lado.

Primero lloró un poco. Me dijo que me esperaría hasta el final, que algún día mi novela estaría en las librerías y yo en los titulares de los noticieros. Le dije que no tenía la madera para aguantar, que su resistencia era como ella pura gelatina de frambuesa.

Aliento a Mierda me tuvo bajo el sol media hora. Me veía en silencio. Pensé que no parecía un policía. Con esa mirada seguro tendría una gran carrera en Hollywood. Pero, necesitaba cepillarse más a menudo y colgar el uniforme. Tal vez algún día voy a escribir sobre él.

Al rato una enorme furgoneta llegó a recogerme. Allí venían Tonto y Culo Gordo. Tonto era alto y flaco, como una vara de premio. Su cara era amarilla como un queso. Se veía bastante torpe. Tenía ojos de diazepam, ron y Coca-Cola.

El orgullo que me había producido el hecho de que Aliento a Mierda hubiese pedido refuerzos se me fue a los tobillos. Esos dos tipejos parecían un equipo de mudanzas. Strike uno a favor de Aliento a Mierda.

Culo Gordo debía pesar unos 2.600 kilos. Sudada como una chuleta de ternera al horno. Me miró como si fuera un sofá viejo. Pensé que podría liarme a golpes con él y sería una buena pelea. Seguro ese animal tenía la cabeza dura como un coco. Pero, ellos son tres y yo sólo uno. Strike dos.

Traía una gorra ridícula que no pertenecía al uniforme de la fuerza. Le quedaba bastante pequeña. Imagino era para proteger su enorme y calva cabeza de cerdo del sol.

En ese momento caí en cuenta de la clase de lío en el que estaba metido. Salir de esto estaría difícil. No tenía a quién llamar. Lyda no iba a estar de ánimos de sacarme de la cárcel.

Y tampoco había comprado papel higiénico. ¿Cómo putas se me había terminaba el papel higiénico tan pronto? Carajo. Lyda compraba enormes pacas en el supermercado y las llevaba a mi casa. Yo nunca veía el tubo vacío. Pero, ahora tenía que comprar un rollo nuevo y no tenía mucho ánimo para hacerlo.

Imagino que Hemingway no tenía esa clase de problemas. Qué malparida situación en la que estaba. Pero, supongo que eso es un buen motivo para meterse un tiro en la cabeza. Tal vez esta sea mi oportunidad de oro. No seré nunca uno de los grandes, pero al menos mi temporada en el infierno dará de qué hablar.