Both Naked (Modo de compatibilidad)



¿Y qué si no nos gustan las mismas cosas?, ¿Y qué si somos diferentes como tiburones y ballenas?, ¿Y qué si lees a Benedetti y tienes gato?, ¿y qué si no compro zapatos? No me importa que tus papás vivan en Sicilia y que odies los pingüinos gay del zoológico de Alemania. No me interesa que no te encadenes por la liberación del Tíbet, que uses suavizante para tu ropa y crema para peinar.

Olvida que prefiero caminar siete kilómetros al trabajo a diario que comprar carro, que fumo como un general vietnamita, que no me gustan las camisas de algodón y que mis jeans tienen más años que la Perestroika. No te preocupes si olvido tu cumpleaños y llamo al otro día como si nada para invitarte a un parque. Si no recuerdo tu color favorito o si no me pongo corbata cuando alguien cercano muere.

A mí me gusta que seas rara. Que tengas un malgenio arrogante y egoísta. Me gusta que no me escuches a veces y que no admitas que te equivocas, que seas una cabeza dura. Me gusta tu boca y la cicatriz que tienes en la cabeza. Me gustan tus chistes sin sentido. Me gusta que no tengas radio. Me gusta que comas helado en cucurucho y no en vaso. Me gusta que no tengas banda favorita que pero que sepas qué es el predial y dónde se paga. Me gusta que te hagas el manicure a media noche.

Me encanta cuando me llamas a la madrugada sólo a despertarme. Sabes que puedes hacerlo y por eso lo haces. Me encanta que cuando peleamos seas capaz de mandarme al infierno sin tiquete de regreso y que luego me beses sólo porque ya se te pasó. Me encanta que seas caprichosa pero nunca intransigente. Me encanta que pases horas caminando en un centro comercial sólo buscando unas medias para que el abuelo se caliente en el invierno.

Perdona si soy descuidado. Si odio las lociones finas y me la paso filosofando sobre lo inútil del capitalismo. Perdona si me gasto el dinero en causas perdidas. Si no pago completo el bus. Perdona que no te tome de la mano en la calle y que nunca vaya de paseo contigo. Perdona que no celebre la Navidad y que críe lagartos en el lavadero.

Pero, es que así soy yo. No tengo cédula. No tengo crédito en los bancos. No tengo visa ni pasaporte. No me he graduado de abogado ni de médico. La última camisa que compré costó $10.000. Viajo barato y como basura. No cuido mi colesterol y nunca voy a al médico. No creo en dios pero rezo si estoy en peligro. No me gusta bailar. Digo mentiras y manipulo a la gente. Tengo horquilla en el cabello. Soy radiactivo y me fugué de la cárcel.

Soy miedoso y frágil. Desconfiado. Perezoso. Tengo cicatrices. Soy un mal ejemplo. Me gustan las aventuras pero no pagar por ellas. Le he dado la vuelta al mundo siete veces metido en tu pelo. Me inyecto heroína. Fumo porquerías. Me han golpeado en la cara y el estómago. Me han disparado tres veces y una vez me intentaron acuchillar el cuello. No hablo con mis papás.

Soy autodestructivo. Me baño acalorado y veo tanta televisión que a veces hablo como si lo que digo estuviera escrito en un guión. Leo cuando estoy sentado en el inodoro. Me cago en los ricos pero quiero ser uno. No me gusta Obama ni McCain. Me masturbo antes de dormir pensando en ti. No sé por qué cayó el Muro de Berlín.

No tengo un peso ahorrado. No he montado en avión. Mi mayor orgullo es un cómic. Me gusta leer a Bukowski pero Kafka me aburre. Compro películas ilegales. En el colegio hice trampas. No sé dividir. No he ganado nunca una pelea. No sabría elegir entre Pelé y Maradona.

Tú eres distinta a mí. De otro mundo aunque del mismo. Hueles a flores y tienes los dientes derechos. De mí te gusta que soy honesto e inteligente. De ti me gusta que eres tú. Aunque a veces te odio. Y prefiero no verte en días. Me digo que no tenemos futuro, me digo que quiero que tengas hijos con otro.

Pero, la verdad es que te amo. No lo puedo negar. Eres tan imperfecta como yo. Tan humana y pecadora como yo. Tan mentirosa y frágil. Te amo y eres mi chica. Siempre va a ser así. Hasta que se acabe el mundo o hasta que uno de los dos se muera.

Así que déjate de idioteces de una buena vez. Admite que soy lo peor que te ha pasado pero que te gusto. Yo digo lo mismo de ti. Te dejo esta carta que espero recibas. Sé que te vas a enojar y me vas a mandar al infierno, pero cuando se te pase, ya sabes en dónde encontrarme para que tengamos el final de celuloide que nos merecemos los dos.

And no more shall we part



Ayer te vi pasar frente a mí en la calle. Te movías tan rápido que creí por un segundo que era un espejismo el que me pedía permiso para pasar. Llevabas un impermeable azul y zapatos altos. El cabello recogido en una cola de caballo y los ojos delineados con lápiz negro. Ibas tan hermosa que por poco pierdo el control de mí mismo y estuve a punto de zambullirme en uno de tus bolsillos. Pero te dejé seguir sin murmurar palabra.

En la esquina lo besaste. Sonreí adolorido al tiempo que dentro se me derrumbó la vida como un edificio dinamitado. Te colgaste de su nuca con ambas manos, entrelazando tus dedos entre sí. Es alto y fornido, mi enemigo. Te mira directo a los ojos y puedo ver que te desea como yo lo hice, hace ya tanto tiempo atrás. Los escombros que caen pesados al océano son mi alma.

Siento que tus senos palpitan entre mis manos. Ese recuerdo me atraviesa las palmas como flechas ardientes. Lo besas de nuevo en la boca, pero esta vez es despacio, apenas rozándolo. Así me gustaba que lo hicieras conmigo. El sol brilla, tus ojos fulguran al verlo. Abrazados se marchan y yo empiezo a planear la forma de asesinarlos a ambos.

Estoy plantado en el cemento viendo como vas al horizonte, fugaz. No puedo hablar. Tus pestañas, el tímido aroma de tu perfume, los botones de tu saco, las piedras al lado del camino, las nubes, la risa enloquecida, las verduras y las lombrices me queman la dignidad. Mi orgullo se cuela hasta las suelas de mis zapatos. Mi trono está quebrado. Mi reina tiene un nuevo rey. Soy un exiliado de mi propio imperio.

Me amaste con tanta intensidad que el aire a nuestro alrededor se quemó. Mis manos estaban atadas y dejé que el fuego se apagara despacio, frente a mis ojos. Te amé con tanta intensidad que viví en tus poros y era mi sudor el que corría por tu cuerpo. Mi oxígeno en tus pulmones. Mi aliento en tus besos. Pero, mis manos estaban atadas. Fui un tumor en tu cerebro, un virus en tus arterias.

Y al final actué de acuerdo con mi naturaleza criminal. Lastimé tu amor honesto con soberbia, lo despedacé con mis pies descalzos. Te destruí a mi antojo cada noche con mi silencio implacable. Te humillé con mi ausencia acostada a tu lado en nuestra cama. Intoxiqué tu amor con mi venenosa arrogancia. Éramos dos esta mañana. Ahora sólo quedo yo y debo seguir. Tras de mis ojos se esconden los pecados que cometí y cuando los cierro danzan burlones. Me juzgarán por que te hice y bien podrías testificar en mi contra ante el jurado.

Acabo de verte pasar frente a mí. Finales de diciembre. Cuatro de la tarde. El sol brilla al tiempo que te vas con él. Quiero rendirme ante los caníbales que devoran solamente corazones. Me quiero entregar a mujeres que hablan hermosas palabras de amor a cualquiera que pague el precio.

¿Qué otra cosa puedo hacer, mi asesina, mi amante? Te perdono por no resistir más y no esperar a que las cadenas se rompieran y yo al fin quedara libre para ti. Te exonero por irte con él. Te libero de la culpa que no sientes. Ahora soy yo quien debe sufrir la condena de seguirte amando tanto. Soy tu hombre y siempre lo seré. Tuyo cuando él te haga el amor. Tuyo cuando tengas a su bebé. Tuyo cuando lleguen los cobros de la hipoteca. Ya que no eres mía sino suya siento que te amo igual y que aún me tienes. Sigo sonriendo. Adentro estoy hermosamente destruido y este desastre te pertenece igual que yo.

Los pájaros vuelan libres en el cielo azul, como conscientes de tu felicidad te siguen y te aletean alrededor. Me voy quedando sin tiempo. Con cada paso que das un poco de mí muere. Espero que los gallinazos entierren sus garras en mis ojos primero para no tener que verte más. Con cada paso que das el otoño le quita las hojas al árbol de mi alma, con cada paso que das el veneno pudre mi humanidad.

Eres una deliciosa gangrena que me devora la carne. Eres el tren al que me voy a lanzar. Eres el ídolo pagano ante el que se arrodillan mis creencias. Eres el demonio que incinera mi lucidez. Eres la luz de la autopista. Eres el perro que lleva a dios en los ojos. Eres Hitler y Ghandi.

Y yo, sin ti, no soy más que yo. Al fin, el infierno.

Deuda de sangre



La noche es oscura y cerrada. Como lo debe ser la boca de una bestia hambrienta. Las notas de un viejo órgano viajan por el aire, danzando hasta mis oídos desde la rockolla. Pero, puedo escuchar todo lo demás con demasiada claridad.

El llanto ahogado de Maya en la habitación de arriba es nítido. Puedo oír la respiración irregular del perro, dormido en el suelo de la cocina. Los corazones de los hombres que me esperan afuera para matarme resuenan como tambores africanos y me hacen temblar como una hoja en otoño.

La sangre me hierve en la venas. Mi pulso se agita. Las aletas de mi nariz se abren y se cierran como si fueran los ojos nerviosos de un ciervo atrapado en la quijada de un lobo. El miedo se anuda en mi garganta. Me cierra la tráquea, haciendo que respirar sea tan doloroso como si en lugar de oxígeno fueran hojas de metal afiladas lo que entra a mis pulmones. Las manos se me crispan hasta que los nudillos quedan blancos, como huesos prehistóricos exhibidos en un museo.

La oscuridad es insondable. Seguro que algunos fantasmas deben estar caminando por allí, tan tranquilos y cómodos que ni siquiera se molestan por mí, sentado en el sofá, de frente a la ventana, con la mirada fija afuera. Con la mirada fija en ellos, aunque no los pueda ver.

Allí están. Al otro lado de la calle. Ocultos entre los arbustos. Sus latidos marcan los segundos que pasan. Las notas del órgano vuelan y se pierden despacio. Es el sonido de mi muerte. No quiere que me vaya sin escucharla primero. Maldita zorra.

En el cojín, justo entre mis piernas hay un bulto. Lo acaricio apenas con las yemas de los dedos. Es macizo pero suave. Conozco bien su forma. La he estudiado milímetro a milímetro. Sé qué rugosidades tiene y los pequeños huecos que el tiempo le ha logrado abrir. Es un revólver .22 Rimfire. Tiene tantos años como mi apellido. Lo acaricio y pienso en ellos. Los hombres de afuera. Me aguardan impacientes. Que esperen. Falta tiempo aún. No tengo que apresurarme a morir ¿verdad?

El tambor del arma tiene ocho balas. Cada una tiene una cruz en la punta. Yo mismo las marqué con un cuchillo. Lo hice con tanto cuidado que incluso sentí lástima de tener que dispararlas. Algo gracioso, ya que después de que lo haga probablemente no tenga cerebro ni pueda sentir tristeza de haber usado mi munición. Pero, ¿qué se le puede hacer? Soy un sentimental sin remedio, incluso enfrentando mi propio apocalipsis personal.

El perro gruñe de repente. Escucho cómo se levanta y va hasta la puerta de atrás. Debe haber alguien allí. Parece que se impacientan más y más. Se adelantaron a la hora. No me muevo un centímetro, aunque mi dedo índice derecho se enrosca en el gatillo de forma instintiva.

No esperaba que las cosas fueran así de complicadas, pero no estoy en posición de exigir nada. Mucho menos de exigirle nada al destino. Ya mi suerte está echada y es mi última mano. Ases o par de dos. Todo o nada. Sin revanchas. Sin remordimientos.
Un ladrido. Dos ladridos. Tres ladridos. Silencio. El intruso debió haberse ido.

Seguro solamente quería asegurarse de que no me escabullí por alguna ventana y que voy camino a México ahora mismo. Pero, puede estar tranquilo. No hago eso. Odiaría ser así de cobarde. No soy de los que huye.

Arriba, Maya solloza un poco menos. Debe estarse quedando dormida ya. Está cansada, la pobre pequeña. No debí dejar que se quedara, pero es tan terca y la amo tanto que no pude negarme. Además, ¿quién quiere morir solo? Al menos sé que yo no.

Sólo espero que no le hagan daño. Me prometieron que no lo harían. Me juraron que ella iba a estar bien después que todo esto acabara. Dijeron que sólo me quieren a mí. No tenía más alternativa que creerles. Es increíble todo lo que te puedes tragar de un bocado cuando se acaban las opciones y no hay hacia a dónde más correr.

Miro la hora. El reloj está en mi muñeca izquierda. Mi abuelo me lo regaló cuando tenía siete años. Una mañana salí a correr al campo y lo perdí. Tuve tanta vergüenza que me lancé por un pequeño acantilado para distraer la atención de mi valioso tesoro perdido. Perdí unos dientes y me fracturé la clavícula.

Mi abuelo no era ningún tonto. Siempre supo que había perdido su reloj. Dejó que yo creyera que lo había engañado. Y una mañana de Navidad, cuando desperté, encontré el reloj sobre mi mesa de noche con una inscripción grabada atrás. Decía “¿Y si nuestro planeta fuera el infierno de otro mundo?”

El reloj dice que faltan cinco minutos para la media noche. El tiempo se acaba, ya casi es hora. Todo se va a acabar pronto. Sólo tengo una opción de seguir vivo y es que el infierno esté demasiado lleno para recibirme. Y dado que mi suerte no ha sido buena por estos días y mi fe en dios se agotó, no espero milagros.

Pienso un poco en cómo llegué a esto y parece ser, de cualquier forma, la salida más lógica. Esta es la forma en la que tiene que terminar todo de una buena vez. No importa si estoy atrapado en mi propia casa, a cinco minutos de una muerte violenta pero segura. Pero claro que tenía que acabar así. La guerra terminó. Los héroes perdieron. Las deudas de sangre se pagan con sangre.

Mi corazón parece el motor de una avioneta. Mi boca se reseca y se me llenan los ojos de lágrimas que no quiero llorar. El dedo vuelve al gatillo. Maya duerme, ronca como un gato intranquilo. La noche es oscura y cerrada. Tal y como debe ser la boca de una bestia hambrienta. Eso lo sé. Estoy allí. Cuatro minutos.

No tengo nada de qué arrepentirme y eso es malo. Ninguna vida es tan buena como para no recordar los pecados. No tengo plegarias para nadie. Ni siquiera para ella, para mi Maya. El pulso me falla. La tierra se mueve. Estoy preparado pero tengo mucho miedo de morir. Debí haber huido a México con mi chica y mi perro. Pero, no soy de esos. Las deudas de sangre se pagan con sangre. Es la vida y yo sólo soy un humano con una pésima mano y sin fichas para apostar de nuevo.

Tres minutos. Pronto estarán aquí. Puedo escuchar sus barrigas ansiosas por devorarme. Amartillo el revólver. La bala está en el compartimiento. Me falta el aire y la cordura. Decido por un segundo que quiero vivir, tener hijos y un tumor que me mate a los 80 años. Decido que quiero dejarle mi reloj a un mocoso que necesite aprender una lección. No debe ser tan difícil escabullirme por debajo de la casa y tomar un vuelo a Phuket. He leído que es hermoso en esta época del año.

Mi plan de escape podría funcionar. Todo estaría bien. No tengo porque morir aquí y ahora. Debería largarme y tratar de ser feliz. Maya podría broncearse un poco. Le compraría un bonito vestido de baño y los dos tomaríamos margaritas en copas adornadas con sombrillas. Haríamos el amor bajo la luna, en la arena. Le escribiría poemas en el corazón. Dos minutos.

El sudor me cae en los ojos. Me restriego con el reverso de mi manga. Mi sangre es petróleo. Imagino que Maya va a gritar mucho cuando oiga los disparos y pienso que debí sedarla. Nunca cumple sus promesas. Dijo que no iba a hacer demasiada bulla cuando todo pasara, pero es una chiquilla espantada. No quiero que esto sea un espectáculo de circo, Maya.

Un minuto. Me pongo de pie y camino hacia el ventanal. La luz diminuta de un cigarrillo cuando lo aspiran me dice dónde están. Imagino sus miradas puestas sobre mí. El revólver se hace pesado en mi mano. Siento que se va a deslizar hasta el suelo y no hay nada que pueda hacer.

No tengo otra opción. Las deudas de sangre se pagan con sangre. Es la ley. Está escrita en piedra. Ojo por ojo. Vida por vida. No hay nada que pueda hacer. La muerte camina en la oscuridad y me sopla en el cuello. Me estremezco. Voy a morir. No hay otra cosa que pensar. Voy a morir. Y lo haré con las botas puestas. De pie como un valiente. Es lo que soy. Uno de esos, lo que sea que eso signifique.

Treinta segundos. Debo estar en la mira de sus armas. Creo que están ansiosos. Llevan toda la noche afuera. Seguro no han comido nada y están cansados. Hace frío. Pronto me van a matar y todo tendrá sentido de nuevo para todos. Ellos volverán a sus casas con su misión cumplida y la venganza consumada. Maya va a estar bien. Seguro conocerá a alguien y será feliz. Es inteligente y tiene unas piernas por las que Woody Allen mataría con sus propias manos.

Veinte segundos. Los veo moverse. Son apenas sombras borrosas que se baten sin pies, como flotando. Las lágrimas me ciegan. Soy un tipo honorable y me miento para creer que todo va a estar bien. Sólo debe quedarme muy quieto y esperar. No va a doler. Todo se acabará muy rápido y no habrá más sufrimiento para nadie y menos para mí. El final de esta pesadilla luego de que oprima el gatillo.

Diez segundos. Aprieto el arma. No puedo irme sin matar alguno ¿verdad? Soy de esos. Un tipo honorable. Llevo la marca de la horca alrededor de mi garganta. Cinco segundos. Ocho balas. Tres sombras. Levanto el revólver. Tres segundo. El final. Hasta aquí llegamos, muchachos. Por fin me encontraron. Por fin van a cobrar la deuda que tengo desde siempre. Ganaron. No importa. Cierro los ojos. Media noche. Te amo, Maya. Bang, bang.