Las malditas reglas de la vida

A una hora y media de Cali, en zona rural del municipio de Bugalagrande hay una pequeña vereda llamada Altobonito. Allí, el pasado mes de marzo un campesino encontró el cadáver de Magaly Ortiz Gutiérrez, una menor de 14 años que había desaparecido 10 días atrás después de salir del colegio. La niña había sido estrangulada.

Las autoridades locales concluyeron que Magaly fue violada y asesinada el mismo día de su desaparición. La pequeña murió por asfixia mecánica. Parte del uniforme de la institución en donde ella cursaba noveno grado fue encontrado hecho jirones al lado de su cuerpo.
El único sospechoso del homicio es un hombre que manejaba un campero y quien transportaba esporádicamente a algunos estudiantes de Altobonito. Sin embargo, la Policía no sabe de su paradero.

Magaly murió en lo que los habitantes de la vereda llaman "el paraíso". Altobonito es un lugar tranquilo, un extraño espacio dentro de Colombia del que la violencia parecía haberse olvidado. El país se conmocionó por un momento con el trágico hecho.

Sin embargo, unos días después del trágico evento, la normalidad regresó, no sólo a la vereda sino a todo el territorio nacional. Nadie supo que en sólo seis días más la niña cumpliría quince años y que su familia había vendido varios animales para comprarle un vestido de satín rosado y un pastel de chocolate con fresas que alcanzara para trece invitados.

No me gustan las teorías, pero aquí hay una: Magaly no importa tres pelos del culo en este país. ¿Por qué? Primero porque cadáveres hay muchos y ¿quién tiene tiempo para estarlos contando?; segundo porque es menos dramático iniciar un debate sobre un irreal mundial de fútbol en Colombia, que uno sobre niñas de 14 años violadas y asesinadas.

Entonces, ¿a quién culpar?; ¿al boca floja del Vicepresidente?; ¿a los miembros del Ejército? Quién sabe, tal vez a todos lo anteriores y los demás también, porque hace meses fue Magaly, de 14 años, luego fue Jennifer Luguilo, de 17, quien fue atacada con ácido en una calle de Cali a plena luz del día y la lista sigue.

Pareciera que en Colombia no hay culpables. Todo se vale y lo único que hay que saber son algunas reglas que se deben seguir al pie de la letra, tal como en el boxeo:
A. Siempre hay una víctima
B. Intenta no ser tú
C. Nunca olvides la segunda regla
Entonces, adiós Magaly. Feliz cumpleaños y qué lástima que hayas tenido que nacer en un lugar en donde siempre debe haber un perdedor, pero nadie puede cambiar eso de una vez.

Nunca es fácil ser duro

En alguna parte leí que Syd Vicious era en verdad un tipo blando. Ese maldito se podía inyectar 20 gramos de heroína antes de cepillarse los dientes en la mañana. Cuando estaba en el escenario no le importaba reventarse los dedos apaleando ese bajo de mierda que le había dado la disquera.

Sin embargo, decían que ese tigre adicto y furioso tenía relleno de caramelo. Partirle la madre a la reina de Inglaterra no era nada para él, pero imaginarse a Nancy con otro tipo lo ponía frágil como un ciervo con una pata quebrada.

Ella lo condenó desde el primer día. Le derritió el plomo en las venas. Y cuando la encontró apuñalada en el suelo de su casa, supo que era amor lo que sentía por esa chica y que sin ella no valía la pena continuar.

Pero Syd está muerto. Y Nancy también. No importó lo duro que fue. No importó que él solo le rompió las bolas al planeta entero. El final le llegó entre lágrimas, mocos y una jeringa repleta de heroína.

Tampoco sé qué tanto tengo adentro. Hace años las cosas eran simples: nada de comer chocolate antes de almorzar, irse a la cama a las 11:00 p.m, cepillarse todos los días y esperar a que los dientes no se cayeran. Pero, ahora las cosas son diferentes. Tienes que ser fuerte y demostrarle a todos que lo eres. Llorar no se vale. Es difícil tener las entrañas duras para digerir mierda y sangre a diario.

Ser escritor no te ayuda con eso. De nada sirve sacar la basura que hay en tu alma y ponerla en el papel. Al final sólo quedas con documento que certifica tu visita al infierno.

Leer también apesta. Puede ser peor, te jodes aún más. Los viejos perros se exorcizaban en cada página y algunos salían ganando. Pero no puedes ser como ninguno de ellos.

Ya has leído a Neruda, ese anciano enamorado de las morenas que recitaba poemas con voz trasnochada y encantaba mujeres como a serpientes. Él supo abrirse paso por entre las piernas hasta los corazones sin mayores líos. Tú no eres Neruda. También leíste a Faulkner y a Bukowski. Y entonces no queda duda. Eres un maldito flan, dulce y blando. Qué cosa tan seria ¿eh?

Por eso das vueltas en tu cama cada noche. Ese es un lugar peligroso, ahí no sabes cómo defenderte. No hay vacuna contra ese cáncer que se llama soledad. Pero, al día siguiente debes ser duro como una piedra deteniendo las olas. Eres una pared de concreto reforzado. Tienes el pellejo duro como un caimán. Y allí ya no sabes qué pasó. ¿Por qué no eres Neruda y enamoras morenas? ; ¿por qué no eres Syd Vicious y te destrozas el cráneo a punta de alcohol y rock 'n' roll? No es fácil ser duro.

Nadie

Y bien, llegó este día. El momento perfecto en el que estoy en la más plena soledad. Nadie me necesita. Nadie se pregunta dónde carajos pasé la noche o si me terminé el almuerzo. Soy como el par de botas que le regalan a un soldado sin piernas.

Hay quienes están muertos y buscan un lugar en donde descansar sus huesos. Pero no yo. A mí no me queda nada. Tan simple como eso. Las llamas del infierno son para mí tan importantes como la baba de caracol y los comerciales que la promocionan. Y el cielo no es más que el fondo de la botella de algún buen trago.

Nadie supo que tuve el corazón roto y un pulmón colapsado durante la última Navidad. Nadie supo que una noche asesiné a sangre fría al amor de mi vida solamente porque no tuve el valor de preguntarle su nombre.

Vivo en la más absoluta soledad desde que se fue. Ya no sé cuánto ha pasado. Estoy en el suelo, borracho o muerto, no estoy seguro. Soy nadie, un perfecto nadie. Nada qué hacer, nada qué sentir. Un maravilloso momento de soledad absoluta que no tengo con quien compartir.