Estómago



Son más de las seis de la mañana. Apenas si he podido dormir un par de horas. Afuera llueve y en mi corazón también. Mi almohada huele a humo de motor. Busco algo de comer en la nevera mientras escucho la máquina de los mensajes. No vienes hoy tampoco. El cuatro se hace algo más grande y frío.

Afuera oigo al casero. Habla de mí, de que aún le debo dos meses de renta. Dice que me va a echar a patadas si no le pago pronto. Las cartas que llegan en el correo sólo tienen más deudas de las que debo encargarme. Ni siquiera sé por qué del debo tanto dinero al banco. Maldita sea, y todo esto antes del café.

Tengo humo en la cabeza. No bebí anoche y por eso desperté peor. La boca está seca, las manos temblorosas. Perfecto, un problema más. Nadie le da trabajo a alguien que no tiene firme el pulso. Creen que estás asustado o enfermo. Se espantan y quieren acabar pronto de hablar contigo, quieren que te vayas con tu rostro pálido a otra parte. Es patético.

Necesito un trago. El doctor diría que quiero matarme rápido. Es lo que dicen todos. Y como todos, está equivocado. No pretendo irme de este mundo ardiendo. Quiero ver el show con calma, sin distracciones, recostado en mi sofá. Es sólo que necesito ocupar mejor mis pensamientos y una taza de café no es de gran ayuda. Un trago, es lo que necesito.

Para conseguirlo debo conducir hasta el estanco. No es lejos, pero la lluvia y las náuseas me pueden jugar una mala pasada. No estaría mal si al menos supiera que voy a quedar desparramado sobre algún policía que está de turno. Pero, dios es cruel y podría terminar en una silla de ruedas, cagando en una bolsa. No es bueno. No es para mí, no para mí.

Mi estómago gruñe. Algo anda mal. Corro al baño, me inclino y vomito. Me arde. Tengo ácido en las entrañas. El agua del inodoro se vuelve amarilla. Me limpio la barbilla con la mano desnuda y apoyo la espalda en la pared. Está helada. Necesito un trago. Un buen trago y una chica. Una que huela bien y que cambie las sábanas sucias.

Escucho la gotera de la cocina. Suena igual que una canción. Presto más atención. Sí, tap, tap, tap…sí, es una buena canción, ahora la reconozco. Mi mamá la tarareaba cuando cocía esos horribles sacos que regalaba a todos en Navidad. Creo que era Nat King Cole, el rey. Paz en su tumba.

Afuera llueve. El cuarto es frío. Pongo la máquina de nuevo y ahí está tu voz, debo admitir que tienes un culo de película, pero odio tu voz. Es tan frágil, tan suave que parece un hilo que puede reventarse. Odio tu voz pero amo tu culo.

El mensaje grabado es largo, pero no dice nada. Dudas, tartamudeas ¿por qué no me lo dices de una puta vez, por qué temes? Dilo. Di que nunca regresarás. Que estás mejor allá, con ellos que sí saben leer y no tienen úlceras sangrantes y rotos en las medias.

Llamarás de nuevo. No voy a contestar. No. Quédate sola con tu conciencia. Un trago, mierda, es todo lo que necesito para detener al mundo que gira como un trompo a mi alrededor. Vómito de nuevo. Una mancha roja se queda flotando sobre el agua amarilla. El doctor diría que lo logré. Matarme rápido. No doc, estoy vivo, equivocado de nuevo.

Debí salir de ti hace meses. Siempre supe que no tenías lo que se requiere. Eres buena y tienes esperanzas. Terco de mí. No eres una chica con resistencia, eres blanda y usas piyama para dormir. Eso debió bastar, pero mi corazón es idiota.

¿Por qué no me lo dices de una buena vez? Sé que quieres hacerlo, en tus mensajes repites que quieres que todo salga bien, pero eso significa que te quedes con el tipo flacucho que toca violín y que yo pueda conducir de nuevo a casa desde el estanco con una garrafa sellada y un six pack atrás.

La botella en la esquina lleva vacía tres días. Es lo mismo que llevo sobrio. Se me retuercen las tripas al recordar. Es mucho más de lo que esperé lograr. Pensé que sólo llevaba una noche. La cabeza da vueltas, la boca reseca. Necesito ese trago.

Son pasadas las seis de la mañana. El casero grita frente a mi puerta, quiere su “puto dinero”. Que se joda. Es un hombrecito asqueroso. No respondo y creo que patea el marco. Debe estar realmente furioso. Lo escucho irse mientras alega algo que no alcanzo a entender.

Nancy, ella sí era una mujer de verdad. No digo que tú seas mala, es sólo que eres una niña. Los perros viejos no queremos sardinas para el almuerzo. Tenemos los dientes afilados y buen gusto por la carne roja. ¿Dónde puede estar ella ahora? Seguro la tendría aquí a mi lado vomitando parejo conmigo, fumando alguna porquería y contándome de la vez que Morrison se desmayó sobre ella.

Afuera llueve pero la gente va a trabajar. Tienen proyectos y cosas que hacer durante el día. Yo no, ni siquiera planeo morirme hoy. Mi estómago grita y quema. Me retuerzo en el suelo. Esto debería ser París y la canción en la rockolla de Cream, eso le daría un toque romántico. Pero, yo no soy Marlon Brando ¿verdad?, me faltan pelotas y claro, estómago.

Son pasadas las seis de la mañana. Afuera llueve y en mi corazón también. Vuelvo a la cama. No puedo salir. Hace frío así que me arropo y me volteo. Mi almohada huele a humo y el hueco en mi cabeza se hace grande. Esperaré a que llames, sé que lo harás y cuando me digas que te largas de este apestoso pueblo, entonces iré por mi trago con el pulso firme.