Apuesto todo al negro




- Bien. ¿Me quiere explicar qué carajos pasa aquí? – quien preguntaba era un policía. Estaba doblado noventa grados sobre la ventanilla de mi carro. Puso la cara a dos centímetros de mi nariz y repitió la pregunta. Pensé que debería venir de comerse un par de kilos de mierda. Su aliento asqueroso me empañó las gafas.

- ¿Entonces?- inquirió el oficial Aliento a Mierda.

Qué carajada aquella. Siempre hay un maldito policía con ganas de romperle los huevos a alguien. Caí redondo en la trampa.

- Verá…la cosa es más o menos así- comencé a explicar- Acabo de salir de la casa de una mujer- pensé que sería suficiente para que me dejara ir.
- …Entiendo
- Es mi chica y la quiero pero, creo que cometí un error con ella. Cree que me ama porque tengo talento para escribir.
- ¿Y lo tiene?
- Oh, no, para nada. Mi interés principal es inventar un mecanismo para que cuando la gente vacíe el inodoro no se queden restos de mierda en la tasa. Trabajo en ello a diario. Supongo que a usted le sería muy útil.

Aliento a Mierda se retiró dos pasos de mi carro y sacó su arma. La apuntó hacia el piso y eso fue suficiente para ponerme atento, el muy cabrón tenía la mirada de Clint Eastwood en Harry el Sucio.

- Bueno, bájese del carro ahora- me ordenó
- ¿Qué acaso no me va a pedir los papeles y cosas de esas? Tengo mi licencia recién renovada. Hasta me saqué fotos para ésta.
- No será necesario, señor. Nos vamos para la estación de inmediato.
- ¿Arrestado?
- Umm jumm
- ¿No le preocupa que presente una queja por hostigamiento policial? ¡Se está usted saltando todas las malditas reglas del manual!
- No soy yo quien venía manejando en reversa por una zona residencial a casi 80 kilómetros.
- Pero si ni siquiera me dejó explicar por qué venía haciendo eso.
- Umm jumm

En un minuto estaba esposado y sentado en el andén esperando. Aliento a Mierda pidió refuerzos para trasladarme. Me sentí halagado.

Vaya manera de comenzar el día. Primero Lyda casi me estrella un florero en la cabeza y ahora esto. Ella es una buena mujer pero es muy estrecha. Dice que me ama porque se siente inteligente a mi lado. Cree que asiste, sentada en primera fila, al comienzo de una nueva era literaria.

No, no, no. Carajo, nada de eso es verdad. La literatura es mierda, igual que el cine y la los noticieros. Y no soy mejor que eso. Los escritores que valen la pena están muertos ya y yo, que no sirvo para nada. no he tenido el valor de dispararme en la sien.

Porque para ser grande no se requiere de tiempo. Los grandes nacieron muertos. Se levantaron de entre su propia mierda y se erigieron como semi dioses dorados.

Para ser grande se debe haber tenido la oscura boca de un cañón apuntándote directo a la cara. Morrison conoció la muerte a los cuatro años y se dedicó a seducirla. Se fue de esta vida en medio de vómito, sangre y mocos. Pero, ¿a quién le importa eso? Carajo, era Morrison, el jodido Rey Lagarto. Y él hizo que la muerte lo siguiera hasta Francia. Se apagó luego de hartarse de drogas, alcohol y orgasmos. Mr. Mojo Risin’ se largó mundo a su manera.

Cuando Buk nació 10 millones de personas acababan de arder por las bombas y las balas de la Primera Guerra Mundial. De chico no jugó a la pelota ni coloreó cuadernos. De chico huyó de los alemanes y se mudó a otro país para salvar el pellejo.

Un sabor temprano de la muerte lo convirtió en uno de los buenos. Mientras trabajaba repartiendo cartas idiotas se dedicaba a beber y a apostar todo su sueldo en el hipódromo. Encontró su sitio fuera de la dinámica urbana de nacer, crecer, hacerse un zombie y morir. Ahora está allí, sentado en pantalones cortos junto a Ciorán. Y ambos están bebiendo de la misma botella de whiskey malo. Los dos escritores rompebolas más grandes en toda la Vía Láctea.

El resto de idiotas lo hacen por las razones equivocadas. Quieren dinero y lenguas que les limpien el culo. Quieren el colesterol alto y sus caras en las cajas de cereal. Quieren protagonizar comerciales de zapatos deportivos y un auto compacto que destruir durante una borrachera.

Yo soy uno de ellos. He pasado mucho tiempo sentado frente a la televisión viendo a París Hilton. Me arruiné desde pequeño. Llegué tarde a Tom Waits y a Nick Cave. Llegué tarde a la angustia y cuando la conocí fue por vía satélite.

Las hamburguesas de McDonalds y Britney Spears arruinaron mi resistencia. Nací en la calle pero crecí sin mirar nunca las estrellas. Entre los partidos de fútbol los domingos y las alocuciones presidenciales conocí el amor de las mujeres y el valor de un cigarrillo antes de dormir.

Pero, era tarde, ya tenía la batalla perdida. Me hice blando y recuperar el terreno que me ganaron con los vallenatos y los libros de superación personal no es nada sencillo. Pero, hasta ahora no todo está perdido. Todavía me queda una oportunidad más. Voy a apostar todo al negro.

El alcohol y unas buenas amistades me salvaron algo de la dignidad y juntos avanzamos unos metros hacia una existencia menos patética. Las mujeres también ayudaron. Algunas giraron con tanta velocidad a mi alrededor que me levantaron los pies del piso. Pero, casi siempre encontraba la manera de joderlo todo y hacer que ellas quisieran levitar sobre un cuerpo celeste un poco más brillante. Uno que quedara lejos de mí.

Lyda está bastante bien, pero sabe bailar con mucha gracia y conoce de primera mano cómo funcionan las acciones en Wall Street. Y ya sabes que pasa allí. La gravedad siempre gana.

Ella tiene sueños. En silencio me burlo de ellos. Creo que son ridículos y poco honestos. No puedo contar cuántas veces una chica me dijo que sueña con conocer París para tomarse un café frente a la Torre Eiffel.

Lyda quiere un trabajo estable y dos niños. Quiere un labrador dorado y auto nuevo. Confía en que yo le puedo dar eso. Por eso intenta leer a los perros de guerra que lo hicieron antes. Habla con propiedad de Faulkner e inclusive ha ojeado a Norman Mailer. Pero, tiene muchos horóscopos sin revisar y sabe resolver sudokus.

Hoy le dije que se largara y no dudó en volarme la cabeza con un florero. Le dije que encontrara a un hombre de su estatura. Alguien que quiera salir en la portada de Cosmopolitan sonriendo a su lado.

Primero lloró un poco. Me dijo que me esperaría hasta el final, que algún día mi novela estaría en las librerías y yo en los titulares de los noticieros. Le dije que no tenía la madera para aguantar, que su resistencia era como ella pura gelatina de frambuesa.

Aliento a Mierda me tuvo bajo el sol media hora. Me veía en silencio. Pensé que no parecía un policía. Con esa mirada seguro tendría una gran carrera en Hollywood. Pero, necesitaba cepillarse más a menudo y colgar el uniforme. Tal vez algún día voy a escribir sobre él.

Al rato una enorme furgoneta llegó a recogerme. Allí venían Tonto y Culo Gordo. Tonto era alto y flaco, como una vara de premio. Su cara era amarilla como un queso. Se veía bastante torpe. Tenía ojos de diazepam, ron y Coca-Cola.

El orgullo que me había producido el hecho de que Aliento a Mierda hubiese pedido refuerzos se me fue a los tobillos. Esos dos tipejos parecían un equipo de mudanzas. Strike uno a favor de Aliento a Mierda.

Culo Gordo debía pesar unos 2.600 kilos. Sudada como una chuleta de ternera al horno. Me miró como si fuera un sofá viejo. Pensé que podría liarme a golpes con él y sería una buena pelea. Seguro ese animal tenía la cabeza dura como un coco. Pero, ellos son tres y yo sólo uno. Strike dos.

Traía una gorra ridícula que no pertenecía al uniforme de la fuerza. Le quedaba bastante pequeña. Imagino era para proteger su enorme y calva cabeza de cerdo del sol.

En ese momento caí en cuenta de la clase de lío en el que estaba metido. Salir de esto estaría difícil. No tenía a quién llamar. Lyda no iba a estar de ánimos de sacarme de la cárcel.

Y tampoco había comprado papel higiénico. ¿Cómo putas se me había terminaba el papel higiénico tan pronto? Carajo. Lyda compraba enormes pacas en el supermercado y las llevaba a mi casa. Yo nunca veía el tubo vacío. Pero, ahora tenía que comprar un rollo nuevo y no tenía mucho ánimo para hacerlo.

Imagino que Hemingway no tenía esa clase de problemas. Qué malparida situación en la que estaba. Pero, supongo que eso es un buen motivo para meterse un tiro en la cabeza. Tal vez esta sea mi oportunidad de oro. No seré nunca uno de los grandes, pero al menos mi temporada en el infierno dará de qué hablar.

Hache



Mi nombre es Hache. Soy la clase de tipo que la gente nota hasta en un concierto de punk. Soy alto, delgado y recio como una lanza. Siempre visto de negro, hasta en el más caliente día de verano. Usualmente estoy solo y nunca me falta una botella del peor trago que mi dinero pueda comprar. Mi nombre es Hache y soy el tipo más importante de tu vida.

¿Qué por qué te digo esto? Vamos por partes. En este momento debe haber dos mil preguntas pegadas al paladar como arequipe. Imagino que quieres que te responda por qué mierda te estoy llamando a decirte esto. Tal vez te estés preguntando "¿acaso este cabrón está loco?". Pues no. No estoy loco. Ni tampoco soy uno de esos fanáticos religiosos que advierten que el Apocalipsis está cerca.

No me preguntes cómo conseguí este número. Ya sé que nunca le das el teléfono de tu casa a nadie y aún así resulta que yo te estoy llamando. Hey no, no vayas a colgar...te lo advierto. De verdad quieres hablar conmigo. Tengo algo muy importante que decirte y si me cortas estás por tu cuenta, imbécil. No te pienso repetir esto.

Ya te dije quien soy. Me llamo Hache. Qué... ¿tienes mierda atascándote las orejas? ...Resulta que soy el tipo más importante de tu vida por una simple razón. Yo saco la basura y, viejo, tú si que tienes mucha. Así que cálmate, deja de gritar sandeces y empieza a escucharme.

Espero que estés sentado idiota. Estoy a punto de meterte una jodida bomba nuclear por la nariz. La cosa es así: estás a punto de morir. Sólo estás vivo por un error que no pienso cometer de nuevo. Necesito corregir ese pequeño desliz y para eso, aunque me resulta bastante complicado hacerlo, necesito tu ayuda.

Oye, ya te dije que te calmes. No me gusta repetir las cosas que digo. Quiero que hagas silencio ahora mismo antes que comiencen a salir sapos por tu culo, cabrón.

¡Así me gusta, amigo!. Callado y atento. Es bastante simple la verdad...Te lo voy a explicar en los términos más simples que pueda: tú no existes. De hecho nada de los que conoces existe. Ni el teléfono que tienes en la mano, ni esa putilla desnuda en tu cama. Ni siquiera la heroína que te acabas de inyectar.

¿Ahh, crees que es eso? ¿Qué esto es porque estás muy drogado y borracho? Esperaba que dijeras eso para poder probarte que tengo la maldita razón. Mira por la ventana...Oye, ¡no me contradigas! MIRA POR LA JODIDA VENTANA MARICÓN.

Y ahora te quedas callado. Dime algo, chico. ¿Ahora me crees? Sí payaso, ese allá abajo eres tú. Mírate con cuidado. Eres tú quien está parado al otro lado de la calle. ¿Qué cómo es posible? No, no estás enloqueciendo, amiguito. Walt Disney estaba enloqueciendo, ¿tú? Tú sólo estás enfrentando la verdad.

Estas en dos lugares al tiempo porque así lo quiero yo. Resulta que eres parte de mi imaginación, así como todo el mundillo ridículo en el que vives. Sí Andrea también es irreal. Y tu mamá y tu carro y la mierda que cagas.

¡No¡, no somos la misma persona. Qué limitado eres. Eres realmente una de las personas más idiotas de por allí. ¿Acaso crees que sería tan patético de ser igual que tú? Carajo, parece que no me oíste al principio. Soy Hache. El hijueputa rey del mundo. Puedo hacer todo lo que quiera. ¿Acaso no lo ves? Soy igual que Dios.

Dile a esa perra que se calle. Ella no tiene nada que ver con esto, no le interesa con quién estás hablando. Quiero que le digas que se meta en sus propios asuntos. Oye, a propósito. ¿Ella sabe de Andrea? No, imagino que no tiene idea de que eres casado. Al menos hiciste una cosa bien en tu inútil vida. Debo admitir que ese es un buen pedazo de culo el que tienes allí. La frígida de Andrea no se le compara.

¡Mierda! ¿Qué acaso la zorra esa está igual de drogada que tú? Dile que se calle ahora mismo. No me vas a colgar. ¡Mándala a callar ahora mismo! Dile a esa cerda que te acabas de follar que necesito...no, que ordeno que guarde silencio ahora mismo.

¿Qué carajos quieres decir con que la deje por fuera de esto? Yo hago lo que se me viene en gana. No seas insolente. ¿No te he demostrado ya de lo que soy capaz? ¿Sabes qué? Si quieres que algo quede bien hecho, hazlo tú mismo. Yo mismo callaré a esa loca.

Ahhhhhh, mucho mejor. No soportaba más el cacareo de esa gallina. Claro que está muerta estúpido. ¿Crees que estoy jugando? Ya te lo dije antes. Yo mando aquí. Tú mundo es MI jodido mundo. Eres apenas mierda de perro untada en mis zapatos.

Bien, cortemos las estupideces por un rato. El motivo por el que te llamé va más allá del simple placer de escuchar como enloquecesa así que escucha con cuidado: necesito que te mates.

Sí, necesito que te pegues un tiro en la boca, que te ahogues en el inodoro, que claves la cabeza en el horno, que te empujes 300 valium, la verdad me da lo mismo. Sólo que necesito que sea esta noche.

No te importa por qué, sólo hazlo imbécil. Córtate las venas en la bañera. No, no puedo matarte. ¿Acaso crees que pasaría por todo este mierdero si pudiera partirte un rayo en la crisma? No seas imbécil. No puedo matarte a ti, pero puedo hacer puré a todos los que conoces sólo con escupir. ¿No viste lo que le hice a la perra con la que dormiste? Puedo hacer que te quedes completamente solo.

También puedo hacer otras cosas. ¿Qué te parece si la heroína que tienes debajo del lavadero ya no estuviera allí? Jeje, apuesto a que pelarías todas las paredes sólo para tener algo que inyectarte ¿no? Ó, ¿qué tal si el bus en el que viaja tu hijo al colegio se va a un barranco? Eso sí que sería interesante ¿no te parece? Pero, no tengo mucho tiempo y eso no sería bueno para nadie. No me gustaría llegar a eso.

Así que piensa. Sé que no acostumbras a hacerlo muy a menudo, pero haz un intento. Espero que estés muerto antes de las 9:00 de esta noche. De lo contrario ya sabes lo que puede pasarte. Ya deja de llorar. Al menos conserva tu dignidad, si es que sabes qué es eso.

Es todo por ahora. Ahora voy a colgar y quiero advertirte algo. No le digas a nadie de esto, ¡a nadie! ¿entendido? Solamente muérete y deja que los que valemos la pena seamos felices de una buena vez.

Freud no era más que un viejo senil



Me enamoré de una chica morena. De ella me gustaba todo. Su cabello largo y ondulado, como las olas del mar; sus ojos redondos como avellanas, su piel infinita y esas piernas tan misteriosas y peligrosas como las dunas del Sahara.

Fue un error amarla, porque un tipo de hombre como yo no tiene oportunidad frente a mujeres como ella. Me falta coraje y me sobra rutina. A mi favor tengo 1.74 centímetros de puro rock ‘n’ roll y pastillas para dormir, pero eso nunca será suficiente para ser de la misma estatura de alguien que puede, con tranquilidad, enmarcar su foto del pasaporte.

Por su culpa me dediqué a escribir. Allí estoy a salvo, tengo menos acné, hablo fluidamente de política y de sistemas económicos mundiales. Cuando escribo no tengo tanta grasa acumulada alrededor del vientre y soy capaz de liberar los tigres del zoológico de Nueva York.

Pero ella es peligrosa. Hace que el fútbol no sea más que un circo de idiotez y que el esmalte de uñas sea tema de un libro de 500 páginas. Es ese tipo de personas que de seguro puede bailar tango como si hubiera nacido en Buenos Aires y que pueden leer a Heidegger de una sola sentada.

En fin, ella es alguien con estrella, una de esos pocos que nacieron en el lado bueno del mundo. Alguien que te puede tener amarrado en la punta de su índice y llevarte a todo lugar. Alguien inmune al olvido y a los escritores de mala reputación.

Pero, no yo. Soy un gato vagabundo con mil tejados que andar. Un perro sin correa ni placa. Cargué muchas maletas de niño y siempre fui malo para elegir un buen champú.

Mi amor es de un corazón cobarde. Que pide mucho y entrega poco. Sólo quiero que ella muera por mí, que despertemos juntos y colar café para desayunar. Pero, las chicas morenas no hacen mercado los domingos ni planchan camisas. No. Ellas inspiran poemas, se acuestan tarde los viernes y pueden enloquecer a 200 hombres sin llegar a besar a ninguno.

Por eso me quedo entre mis páginas en blanco. Ese es mi mundo y allí soy el maldito rey. Ninguna morena con ojos de avellana y senos como toronjas puede joderme. Escribiendo soy un pirata y asalto barcos. Me llevo mis botines a la Isla del Cuello Cortado. Pero, la verdad es que ella es una reina de Senegal y yo sólo un marinero ladrón.

En el mundo real tengo poco que ofrecer. Un par de jeans rotos, una envidiable colección de cd’s de Led Zeppelin y unos cuantos trucos de vudú, al mejor estilo de Nueva Orleans. Eso es todo. Además, soy un tipo de necesidades modestas: mi arte y mi sustento. No hay lujos aquí. Así que conmigo las cosas se mantienen básicas.

Y ella ya no está. Supe que se mudó a Montreal hace unas semanas. Alguien me dijo que estaba cansada de poetas de a peso y del incremento demente en el precio de los buses. Dijo algo sobre mejorar sus ingresos y se largó. Bien por ella.

Este sitio no es para alguien así, tan capaz de hacer el mundo chiquito con sólo batir su cabello perfumado. Supongo que quienes saben escoger bien su champú la tiene hecha en Montreal y los que no, pues bueno, tenemos miles de hojas en blanco para insultar a Freud.

10-15 en noche de sábado



Todo lo que se oía era 10-15 en noche de sábado y luego el drip, drip, drip de las gotas de lluvia cayendo sobre el pavimento. La noche olía a humo de cigarrillo y, de pronto, un poquito a café negro, aún sin colar.

El drip, drip, drip de las gotas rompía la noche, roja por la luz del farol. Debajo de él una puta suspiraba. Hacía calor porque la lluvia era caliente. La noche roja y la puta roja, también.

Me dijo “soy Roxanne y ando buscando un tipo de buen corazón que me lleve a ver a mis hijos a París”. Le dije que yo no era ese, que París estaba al otro lado del mundo y que solamente quería cerrar los ojos y escuchar las gotas de lluvia y 10-15 en noche de sábado.

Un gato gris me ofreció un trago de vodka y me dijo: “Tenga cuidado, amigo, hay un león suelto por ahí. Dicen que tiene hambre, pero como aquí no hay nada que comer, de pronto se lo come a usted”, y se marchó. Creo que iba cantando algo sobre el socialismo.

La puta se sacó un paquete de cigarrillos del escote. Mientras buscaba el encendedor en su bolso de cuero de cocodrilo recitaba un poema de William Blake. Primero bajito, como susurrándole a alguien a su lado. Luego más fuerte y más y más fuerte.

Yo la miraba mientras me bebía el vodka que me había pasado el gato gris. Gatos borrachos. Qué locura. La puta gritaba y gritaba a Blake. Abría los brazos y giraba y las gotas de lluvia caían sobre ella. La patrulla repetía 10-15 en noche de sábado.

Se ponía a llorar con Blake en la garganta. Luego se reía y giraba, con los brazos abiertos. 10-15 en la noche de sábado que olía a cigarrillo y a café negro aún sin colar. Un trago de vodka, la noche roja. Leones hambrientos y putas poetizas.

Yo no tenía a dónde ir. La ciudad y yo allí parado, escuchando a Roxanne, queriendo llevarla a París, queriendo pedirle un poco de su cigarrillo. Queriendo respirar un poco de su poema.

Pero no hice nada. No tenía a dónde ir. El león con hambre y sin qué comer, el faro, la luz roja, la esquina. Un vodka para los muertos, un vodka por los muertos. De nuevo el gato borracho. Me ofreció un paseo por los tejados y le dije que no. Se fue cantando algo sobre el socialismo.

¿Qué decía ese cartel? Algo sobre el Rock ‘n’ Roll. Algo sobre largarnos de allí. Quería un cigarrillo, pero todos estabamos muertos ya y 10-15 en noche de sábado.

La balada de Alice y una copa de bourbom



Me pasé la noche bebiendo de una copa rota. Bourbon de la mejor calidad. No podía creer que ese lugar de mala muerte hubiese un trago tan bueno. Ni siquiera había moscas en ese apestoso sitio. Lo encontré en el último maldito rincón de la ciudad.

Estaba demasiado ebrio como para irme. Además, no estaba seguro de a dónde había dejado mi carro. Le pedí al mesero otro vaso lleno de lo mismo. Me miró como diciéndome: “no te serviré más, mugroso borracho”.

Le sostuve la mirada por un par de segundos. "Dame una excusa para partirte el culo, desgraciado", pensé. No me dijo nada y empezó a servirme. Le pedí que dejara la botella.

El barsucho aquél parecía un saloon del viejo oeste. Sucias mesas de madera, con ceniceros llenos de viejas colillas y escupitajos. Yo estaba sentado en la barra. El mesero era un tipejo flaco, de cabello largo y una barba ridícula. Como la del coronel de Kentucky Fried Chicken. Calculé que debería tener unos 55 años. Y que llevaba 40 sirviendo tragos allí.

Le di un buen sorbo a mi bourbon. Carajo, qué buen trago. Me metí la mano al bolsillo izquierdo del pantalón. Siempre guardaba mis cigarrillos allí. Pero no estaban. En la mañana, antes de que se rompiera la tubería del baño, me había fumado el último. Putas cañerías, sólo los plomeros se interesan en ellas y yo no era uno, así que ahora mi casa era una pecera. Una en la que este pez no siente deseos de nadar.

Mierda, de verdad necesitaba algo de humo. No podía desperdiciar ese whisky. La última vez que bebí uno tan bueno fue en Singapur. Viajé en un barco de carga hasta allá. Trabajaba transportando basura a bordo de 25 metros de chatarra flotante. En aquella ocasión llevábamos dos toneladas de bananos colombianos a un tipo quería darle una fiesta sorpresa a una gorila que había traído desde África. Maldito loco. Quiero decir, he hecho cosas estúpidas en mi vida, pero ¿pasar vacaciones en África?

En el fondo del antro vi a una chica fumando. Esos cigarrillos eran de la marca que me gusta. Bien, nunca fui bueno hablando con mujeres en bares, pero estaba lo bastante borracho como para hacer una excepción. Y, sí que necesitaba una buena calada.

Cuando me paré del asiento casi me parto la cabeza. Me acerqué a la mujer dando tumbos. Todo se iba complicando con cada paso que avanzaba. Era de verdad bonita. Tenía el cabello ondulado y amarillo. Llevaba una blusa oscura con un profundo escote. Creo que Pamela Anderson podría haber sentido envidia. La mesa le ocultaba las piernas, pero estoy seguro de que habría dado mi brazo derecho por meterme entre ellas.

Fumaba despacio. Por un segundo me pareció estar viendo a una de esas mujeres que salían en las películas de detectives de lo años 30. Excepto que yo no era Humphrey Bogart y ella no sería ningún problema para mí, sólo quería un cigarrillo y regresaría a mi bourbon.

Llegué hasta su mesa sin caerme o vomitar. “Hola, pequeña”, le dije. “¿Acaso tienes otro de esos bebés que me obsequies?” Le señalé la cajetilla que tenía junto al vaso. Creo que estaba tomando vodka tonic. “Sí, desde luego”, me dijo. “Pero, dime algo...¿sabes el nombre de esa canción?”.

Carajo ¿había música? “No tengo ni idea”, respondí. Me miró directo a los ojos. Tenía una mirada bonita, de esas que te encoge el corazón, pero no sabes si es porque te está viendo directo al alma o porque, en realidad, no te está mirando a ti.

“¿De verdad no lo sabes?”, insistió. “Mira linda, sólo quiero un cigarrillo para acompañar mi whiskey. No me interesa quién carajos es ese sujeto, ni tampoco qué dice”, me tambaleaba mientras le decía eso.

“Es Tom Waits. La canción se llama Alice y la escribió para mí”. Enseguida me pasó la cajetilla de cigarrillos. Aplastó el que se estaba fumando en su vaso de vodka tonic, se puso de pie y salió del bar sin decir nada más.

Por un segundo quise correr tras ella y pedirle perdón por ser un jodido ignorante. Las piernas no me respondieron y tuve que sentarme

Le grité al mesero que me llevara la botella hasta esa mesa y que le pusiera volumen a la canción. Me lanzó una mirada de odio desde la barra. Malditos meseros, no tienen una puta idea de música ni de mujeres. Era Alice de Tom Waits, una canción para ella. La balada justa para una copa de bourbon.

Sobre excusas y oportunidades mientras se acaba el tiempo


In Memoriam: Diego Joan Gómez

Cuando alguien se va de casa, y te quedas solo, debes vender algunos muebles para pagar la renta o para que no te corten el agua. Cuando un amigo muere encuentras excusas. Puedes ahogarte en alcohol todo el día, faltar a tu trabajo y dejar de bañarte por un par de semanas.

Pero, nada de eso cura el dolor. A veces lo que verdaderamente funciona es o hacer llorar a un payaso o embarazar a la mamá de alguno de los viejos profesores de biología.

Sin embargo, nada supera lanzarse frente a un auto en movimiento. Quedar desparramado por una transitada autopista sí que debe ser una buena terapia para aceptar la muerte.

De cualquier forma tu hora final está cerca. En este momento, en siete esquinas diferentes debe haber algún tipo cargando un revólver. Eso son siete balas con tu nombre en ellas. Tarde o temprano, caminando por ahí, doblarás en una de esas esquinas.

Cuando un amigo muere el dolor te pasma. La lengua se duerme y hacerse la paja parece un pecado. Pero, también encuentras oportunidades. Puedes elegir actuar como un cachorro perdido para que aquella chica de la oficina, con las piernas tan largas como las carreteras del desierto, sienta deseos de cuidarte.

Se trata de voltear las cosas para tu maldita conveniencia. Si te dan limones, busca tequila. Si a tu amigo lo agujerean en la calle, sacude a alguna hermosa nena que sienta compasión por ti.

De cualquier forma, eres el siguiente en la lista para ser borrado. El dolor te pudre y aceptarlo como tal es venenoso, produce gangrena y duele en el pecho. Cuando un amigo muere la respuesta está en irse de parranda, en beber hasta que el carro de la basura te recoja del andén. Así se lidia con la tristeza: buscando excusas y aprovechando oportunidades.

Cuando alguien se va así, de repente, arrancado, pocas cosas valen la pena. En ese momento la religión es mierda de bebé, la fe es igual al corazón de una puta que cobre $2.000 por una mamada: insignificante. Solamente alguien esperando por ti en casa con una botella de whisky barato te puede sacar del fondo.

Pero, hay ocasiones en las que el hoyo es demasiado profundo. Ni las lágrimas de payaso ni una membresía en todos los bares del país sirven para algo. Llegan días en los que todos te quieren convencer de que lo que ocurre allá afuera está justificado. Hay quienes aseguran que la muerte tiene una razón valedera.

No mienten. Pero sólo quien muere entiende esas razones. Tú te quedas aquí, buscando formas en las nubes, contando grietas en las paredes, rompiéndote el cerebro y el corazón para comprender. Aunque, tranquilo, ya cruzarás alguna de las esquinas donde te esperan.

Carta a una desconocida


A veces me gusta pensar que soy un gato sin dueño que se escapa a beber vodka por los tejados y a mirar la ciudad por la noche. Tal vez alguna vez podrías acompañarme. Nos podríamos sentar por ahí y hablar de fantasmas o de películas hasta que salga el sol y podamos ir por más vodka.

Estoy seguro de que no crees que eso sea una buena idea. No importa, de cualquier manera no soy una buena compañía. A veces estoy demasiado triste y se me escapan historias de cuando todo era más fácil y todos mis cuentos tenían un final feliz.

Además, sé que no soy Mickey Rourke en Nueve Semanas y Media. Sin embargo, el día que quieras podemos sentarnos con una bolsa llena de cassettes mal grabados, unos cuantos cigarrillos, mentas y un libro que te guste, para que tengamos un buen tema de conversación.

Estoy seguro de que podríamos pasar semanas viviendo así: sólo los dos oyendo viejas canciones de Rolling Stones, mientras te muestro fotos de mi abuelo. Tienes que conocerlo. Ese tipo sí que vale la pena. Nunca conocí a nadie que pudiese comer tantos chocolates seguidos sin indigestarse y saber de memoria la historia del Soldadito de Plomo, donde el protagonista no muere.

Así que, piénsalo. Podrías pasar un par de buenas horas junto a mí, los recuerdos de mi abuelo y el dinero que me ha ganado jugando al billar. Prometo no contar chistes, hablar moderadamente y guardarme un par de secretos.

Un mundo mejor


Dillinger murió a tiempo. Ya había jodido el mundo lo suficiente con sus balas y esa sonrisa de un millón de dólares. Marvin Gaye murió justo a tiempo. Ya habían suficientes canciones de amor como para re poblar toda África. Kurt Cobain murió justo a tiempo. Ya su angustia había provocado tantos suicidios como para hacer que Marvin Gaye dejara de cantar.

La verdad de las cosas

No vale la pena caminar cuatro kilómetros hasta el trabajo, soportar tres meses de lluvia y buses atestados. No vale la pena estar sentado 40 años por una pensión de mierda y tumores en las bolas. No vale la pena ganarse la vida apostando al billar o en el hipódromo. No vale la pena vivir esperando la muerte.

No vale la pena soportar filas afuera de los bancos para que te quiten el sueldo. No vale la pena pagar en dólares por hamburguesas y perros raza Shiatsu. No vale la pena el amor para odiar después. No valen la pena los zapatos sin cordones para ahorrar tiempo, ni los cursos de inglés, ni los reinados de belleza.

Nada vale la pena. Nada importa porque todo te vuelve loco: los zapatos y la televisión, los congresistas, la baba de caracol, los cigarrillos mentolados y los automóviles chinos.
Aquí sólo importa ser un maniquí, tener una cuerda bien puesta para que el títere de mueva, por lo demás, nada vale la pena.

Lo que realmente vale la pena


Mi lógica es simple: comer mierda y vivir borracho. Soy un perro de la calle y no necesito nada. Sólo cigarrillos y una buena esquina desde donde mirar al mundo girar. Mi lógica es simple. Es la lógica de la soledad que es mía y de nadie más.

Aunque no siempre fue así. Antes no estaba solo. Había humo y alcohol, que nunca pueden faltar, pero estaba ella. Vivíamos bien y mi soledad acompañaba a la suya. Pero se fue y me quedé aquí.
Ahora que se largó ya lo entiendo todo, encontré la verdad. Mi lógica es simple: joderme la cabeza leyendo a Buk, destrozar bares y dormir apenas lo necesario para no alucinar. No logré nada. Ya tengo cabellos blancos y el hígado hecho puré. Pero, así son las cosas: simples.

Veo a la gente desde mi esquina. Compran autos y tiene tarjetas de crédito. Yo no tengo ni siquiera un colchón que no me arruine la espalda, pero sí que vale la pena estar así. Cuando el mundo explote voy a flotar en el espacio, porque nada me ata. Ya no hay nada afuera para mí, sólo cuentas por pagar. Y adentro lo único que hay es cerveza y comida a medio digerir. En mi clóset mis zapatos se pudren y junto a ellos mi corazón.

Las malditas reglas de la vida

A una hora y media de Cali, en zona rural del municipio de Bugalagrande hay una pequeña vereda llamada Altobonito. Allí, el pasado mes de marzo un campesino encontró el cadáver de Magaly Ortiz Gutiérrez, una menor de 14 años que había desaparecido 10 días atrás después de salir del colegio. La niña había sido estrangulada.

Las autoridades locales concluyeron que Magaly fue violada y asesinada el mismo día de su desaparición. La pequeña murió por asfixia mecánica. Parte del uniforme de la institución en donde ella cursaba noveno grado fue encontrado hecho jirones al lado de su cuerpo.
El único sospechoso del homicio es un hombre que manejaba un campero y quien transportaba esporádicamente a algunos estudiantes de Altobonito. Sin embargo, la Policía no sabe de su paradero.

Magaly murió en lo que los habitantes de la vereda llaman "el paraíso". Altobonito es un lugar tranquilo, un extraño espacio dentro de Colombia del que la violencia parecía haberse olvidado. El país se conmocionó por un momento con el trágico hecho.

Sin embargo, unos días después del trágico evento, la normalidad regresó, no sólo a la vereda sino a todo el territorio nacional. Nadie supo que en sólo seis días más la niña cumpliría quince años y que su familia había vendido varios animales para comprarle un vestido de satín rosado y un pastel de chocolate con fresas que alcanzara para trece invitados.

No me gustan las teorías, pero aquí hay una: Magaly no importa tres pelos del culo en este país. ¿Por qué? Primero porque cadáveres hay muchos y ¿quién tiene tiempo para estarlos contando?; segundo porque es menos dramático iniciar un debate sobre un irreal mundial de fútbol en Colombia, que uno sobre niñas de 14 años violadas y asesinadas.

Entonces, ¿a quién culpar?; ¿al boca floja del Vicepresidente?; ¿a los miembros del Ejército? Quién sabe, tal vez a todos lo anteriores y los demás también, porque hace meses fue Magaly, de 14 años, luego fue Jennifer Luguilo, de 17, quien fue atacada con ácido en una calle de Cali a plena luz del día y la lista sigue.

Pareciera que en Colombia no hay culpables. Todo se vale y lo único que hay que saber son algunas reglas que se deben seguir al pie de la letra, tal como en el boxeo:
A. Siempre hay una víctima
B. Intenta no ser tú
C. Nunca olvides la segunda regla
Entonces, adiós Magaly. Feliz cumpleaños y qué lástima que hayas tenido que nacer en un lugar en donde siempre debe haber un perdedor, pero nadie puede cambiar eso de una vez.

Nunca es fácil ser duro

En alguna parte leí que Syd Vicious era en verdad un tipo blando. Ese maldito se podía inyectar 20 gramos de heroína antes de cepillarse los dientes en la mañana. Cuando estaba en el escenario no le importaba reventarse los dedos apaleando ese bajo de mierda que le había dado la disquera.

Sin embargo, decían que ese tigre adicto y furioso tenía relleno de caramelo. Partirle la madre a la reina de Inglaterra no era nada para él, pero imaginarse a Nancy con otro tipo lo ponía frágil como un ciervo con una pata quebrada.

Ella lo condenó desde el primer día. Le derritió el plomo en las venas. Y cuando la encontró apuñalada en el suelo de su casa, supo que era amor lo que sentía por esa chica y que sin ella no valía la pena continuar.

Pero Syd está muerto. Y Nancy también. No importó lo duro que fue. No importó que él solo le rompió las bolas al planeta entero. El final le llegó entre lágrimas, mocos y una jeringa repleta de heroína.

Tampoco sé qué tanto tengo adentro. Hace años las cosas eran simples: nada de comer chocolate antes de almorzar, irse a la cama a las 11:00 p.m, cepillarse todos los días y esperar a que los dientes no se cayeran. Pero, ahora las cosas son diferentes. Tienes que ser fuerte y demostrarle a todos que lo eres. Llorar no se vale. Es difícil tener las entrañas duras para digerir mierda y sangre a diario.

Ser escritor no te ayuda con eso. De nada sirve sacar la basura que hay en tu alma y ponerla en el papel. Al final sólo quedas con documento que certifica tu visita al infierno.

Leer también apesta. Puede ser peor, te jodes aún más. Los viejos perros se exorcizaban en cada página y algunos salían ganando. Pero no puedes ser como ninguno de ellos.

Ya has leído a Neruda, ese anciano enamorado de las morenas que recitaba poemas con voz trasnochada y encantaba mujeres como a serpientes. Él supo abrirse paso por entre las piernas hasta los corazones sin mayores líos. Tú no eres Neruda. También leíste a Faulkner y a Bukowski. Y entonces no queda duda. Eres un maldito flan, dulce y blando. Qué cosa tan seria ¿eh?

Por eso das vueltas en tu cama cada noche. Ese es un lugar peligroso, ahí no sabes cómo defenderte. No hay vacuna contra ese cáncer que se llama soledad. Pero, al día siguiente debes ser duro como una piedra deteniendo las olas. Eres una pared de concreto reforzado. Tienes el pellejo duro como un caimán. Y allí ya no sabes qué pasó. ¿Por qué no eres Neruda y enamoras morenas? ; ¿por qué no eres Syd Vicious y te destrozas el cráneo a punta de alcohol y rock 'n' roll? No es fácil ser duro.

Nadie

Y bien, llegó este día. El momento perfecto en el que estoy en la más plena soledad. Nadie me necesita. Nadie se pregunta dónde carajos pasé la noche o si me terminé el almuerzo. Soy como el par de botas que le regalan a un soldado sin piernas.

Hay quienes están muertos y buscan un lugar en donde descansar sus huesos. Pero no yo. A mí no me queda nada. Tan simple como eso. Las llamas del infierno son para mí tan importantes como la baba de caracol y los comerciales que la promocionan. Y el cielo no es más que el fondo de la botella de algún buen trago.

Nadie supo que tuve el corazón roto y un pulmón colapsado durante la última Navidad. Nadie supo que una noche asesiné a sangre fría al amor de mi vida solamente porque no tuve el valor de preguntarle su nombre.

Vivo en la más absoluta soledad desde que se fue. Ya no sé cuánto ha pasado. Estoy en el suelo, borracho o muerto, no estoy seguro. Soy nadie, un perfecto nadie. Nada qué hacer, nada qué sentir. Un maravilloso momento de soledad absoluta que no tengo con quien compartir.

¿Quién carajos mató a Bela Lugosi?

¿Por qué no vienes y me dices que me quieres? No importa que no sepas mi nombre, no importa que no sepa quién eres. Tengo miedo. Quiero que lo sepas. Hay un hoyo negro en mi cabeza y hace mucho tiempo que floto en el espacio sin poder respirar, ni ver mis viejos partidos de fútbol.

¿Te gustan los chocolates? A mí sí. Me recuerdan a un antiguo amor. Era dulce, eso te lo aseguro, pero sí que sabe cómo romper un corazón cuando se lo propone. Quiero que me hables de ti. Qué me cuentes de color te pintas los labios cuando llueve, dime de qué color es tu corazón.

Ya te extraño. No has llegado, pero, nunca me dijiste que te marcharías. Qué complicado es perder algo que nunca has tenido. Es una verdadera lástima, estoy seguro de que pude haberte amado, pero, ¿qué le vamos a hacer?

Voy a pensar mucho en ti. En la manera en la que me consolabas cuando se terminaban el alcohol y los cigarrillos. No creo que jamás olvide cómo olía tu esmalte de uñas. Era rosado, como tus zapatos el día que te conocí.

Tengo miedo. El espacio es callado y lo único que me queda es pensar. A veces quisiera haberme volado los sesos con un rifle, como Kurt Cobain. O tal vez debí haberme provocado un ataque al corazón a punta de poemas de Blake y whisky barato. ¿Tú qué crees?

Nunca dices nada. Eso me gusta. Te veo parada del otro lado de la calle contando espacios vacíos entre las estrellas y me imagino que me amas. Sueño que estamos juntos en África, pastoreando ovejas blanquitas y hablando de esa película de Fellini que tanto nos gustó.

Con los ojos cerrados te veo. Estamos juntos. Planeamos ese gran crimen que nos hará inmortales. Me gusta pensar que es algo poético, como asaltar un tren al estilo del Far West. Tu con tu vestido largo, con el cabello suelto, y yo armado con un par de Colt 45, de seis balas cada una. Épico ¿no crees?

¿Por qué no vienes y me dices que me quieres? Tal vez te animes a flotar en el espacio conmigo. Si lo prefieres te puedo cantar un par de canciones de Jim o de Janis. Lo siento, es todo lo que sé. ¿Por qué no vienes y me dices que me quieres?, cuando estés lista, ven, te estaré esperando aquí.