Where the wild roses grow
(Radio Edit)





As I kissed her goodbye, I said, "All beauty must die"
And lent down and planted a rose between her teeth.

Nick Cave


Syd solía decir que hay dos cosas inapelables en todo el planeta. La primera es la sabiduría de los estibadores y la segunda la estupidez del corazón. Desde luego, no se equivocó. Por eso, enseguida, cuando lo conocí, supe que algo iría mal con él.

“Hay marineros peleando en el salón de baile, hijo...no vayas cerca de allí”, fue su respuesta cuando le pregunté su nombre y oficio.

- ¿Qué quieres decir con eso?, le pregunté sin dudar.
- Quiere decir – respondió - que a veces sólo dependes de la generosidad de los extraños.

Cuando cayó la noche me llevó a la ribera de un río.
- ¿Sabes en dónde crecen las rosas salvajes? - me dijo al llegar.
- Sé dónde canta Nick Cave
- Entonces tienes la mitad de la batalla ganada, niño

Después de ese día no volví a saber de él. Tiempo después de esa noche comencé a trabajar por unos cuantos pesos en una emisora de onda corta. El único empleado era un anciano empolvado que no tenía idea de qué era un CD. “¡Basura!”, repetía cada vez que intentaba decirle que los acetatos ya eran cosa del pasado. “Basura y blasfemia”, decía mientras de lo alto de un escaparate sacaba un LP de Leonard Cohen.

- ¿Pretendes decirme que todo Cohen cabe en un pedazo de plástico tecnológico insípido? Vaya que te va a ir mal en tu vida. Eres más idiota de lo que pensé la primera vez que te vi. Debería enseñarte a golpes lo que es la música y la poesía. Si no sabes qué es eso tampoco vas a aprender a amar. No sabes en dónde crecen las rosas salvajes y nunca podrás averiguarlo.

El viejo y yo nos quedábamos despiertos hasta la madrugada poniendo discos, no canciones. Horas y horas de los trabajos de Tom Waits o de Marvin Gaye. A veces hacíamos semanas temáticas y desde el lunes las 10:00 p.m. hasta la entrada la madrugada del domingo siguiente escuchábamos la discografía completa de sólo un artista.

El viejo hacía todas las intervenciones al aire. Lo cierto es que no era malo en ello. Tenía una buena voz y carisma. Pensé que debió haber sido actor en esas radionovelas de los 40. Además, sabía cosas que muy pocos saben sobre muchos músicos. No importaba que fuera de folk, jazz, rock o blues.

Podía hablar durante horas al aire. Uno nunca sabía qué iba a decir. En una oportunidad se pasó la noche hablando de cómo la CIA había matado a Hemingway. Cuando le dije que él se había suicidado no me habló por días.

- Eh, muchacho – gritaba a veces desde la cabina mientras yo le quitaba el polvo al escaparate- ¿acaso tenías idea de que el buen Les Brown compuso una canción para Joe Dimaggio en 1.938?
- No, no tenía idea
- Eso es porque eres un idiota. Ni siquiera sé la razón por la cual te acepté para este trabajo, maldita sea
- Sólo quito el polvo y barro la cabina
- Ahh, Dimaggio – el viejo a veces me ignoraba para empezar sordas cátedras sobre los músicos o escritores de la post guerra y de la generación beat– Joseph Paul DiMaggio, ese sí que era un héroe, no sólo para los norteamericanos, para todo el mundo. Conozco un pescador que trabaja en el muelle lo vio en el mismísimo Estadio de los Yankees hace décadas. Es un pobre diablo, nadie le cree que vivió un momento histórico.
- Supongo que no
- No sabes nada de nada, eres un niño estúpido – odiaba que lo interrumpiera

Durante meses el viejo siguió hablando sin parar por los micrófonos de la emisora. Ambos sabíamos que los únicos que nos escuchaban eran los vagabundos que podían sintonizar en radios que hallaban medio desechos en la basura.

Pero, a él eso no le importaba. Decía que no lo hacía por el dinero o el reconocimiento. “Eso ya lo tuve”, aseguraba. “Lo hago por amor, que es la única razón que debes tener al levantarte de la cama en las mañanas. Amor y respeto a ellos que nadaron en contra de la corriente. No merecen que cagones cabeza de chorlito como tú los irrespeten”. En ocasiones dejaba los micrófonos apagados sólo para decirme las cien razones de por qué soy un estúpido. La primera era estar allí, trabajando con él.

Una noche cualquiera, luego de varios meses, alguien tocó a la puerta. Pasaba de media noche. Yo fui a abrir. El viejo estaba en medio de una exposición radial sobre Doris Day. Era un vagabundo. En la mano tenía un radio de pilas que yo había desechado semanas atrás. Me sonrío en cuanto abrí la puerta. Le faltaban al menos siete dientes.

- Buenas noches. Mi nombre es Henry Lee – su voz era suave, como la de un párroco en confesión
- ¿Qué quiere, amigo?
- Quiero hablar con el locutor
- Está ocupado
- Dígale que es Henry Lee
- Oiga señor, la verdad es que estamos bastante ocupados ahora y…
- Sólo dígale que es Henry Lee – insistió sin dejar de sonreír
- Muy bien. Pero, prepárese para el escobazo de su vida…señor Lee
- Desde luego

Pensé en cerrarle la puerta en la cara, pero había algo en sus ojos, algo que parecía real. Regresé adentro y toqué el vidrio de la cabina con los nudillos. El viejo se volteó y me lanzó un pedazo de manzana que se estaba comiendo. Insistí hasta que salió a ver qué quería.

- Dice que se llama Henry Lee

El viejo se quedó en silencio pegado al marco de la puerta. Por un momento pensé que había dejado de respirar. Luego parpadeo, entró a la cabina de nuevo, sacó un acetato de Cohen: New Skin For The Old Ceremony, de 1974, lo puso a rodar al aire.

Luego, fue al escaparate y buscó un disco de Led Zeppelin. Adentro había dinero. Me lo extendió. “Esto es por el trabajo. Olvida todo lo que te dije. Eres un buen hombre y no debes estar en esta pocilga pudriéndote conmigo. Vete y encuentra el sitio en donde crecen las rosas salvajes”.

Hizo que saliera por la puerta de atrás. Me obligó a prometerle que no iba a regresar allí jamás y que esta noche lo único que iba a hacer era caminar para alejarme. Se lo prometí. Al día siguiente busqué un radio e intenté sintonizar la emisora pero fue inútil.

La generosidad de los extraños.
Syd se dedicaba a escribir poemas y novelas que nadie nunca leía. En su casa tenía una vieja máquina de escribir Olivietti línea 98 que trajo desde Buenos Aires. Esa cosa debía tener unos 20 años al menos. Pero él nunca usaba otra ni prestaba la suya. “¿No harías eso con tu chica, verdad?”, solía decir.

Encontrarlo no me fue nada fácil. El dinero que me había dado el viejo me alcanzó para pagar algunas noches en un motel del centro. También pude comprar comida, cigarrillos y unas cervezas, pero pronto ya no tenía nada en los bolsillos nada más que colillas y polvo.

Decidí buscar al único amigo que me quedaba. Pero, nadie sabía de él. Pasaba las noches de bar en bar, hablando con las putas, preguntando si habían visto a un tipo con saco negro y la mirada muerta. Nadie sabía nada de él. Es un poeta, les contaba yo a los músicos de la banda al final del show en las tabernas, uno que sabe dónde crecen las rosas salvajes pero, nadie sabía de él.

Una noche, mientras observaba a un viejo pescador remojar los pies en el mar sentado al borde de su barca, escuché su voz. Justo allí, detrás de mí.

- Veo que al fin los encontraste, muchacho – me dijo
- No comprendo
- Mira allá – dijo señalando una gran embarcación a la que varios hombres preparaban para zarpar – los estibadores, las personas más sabias sobre el planeta
- Creo que tienes razón, no lo había notado
- Claro que no. Vamos por un trago

Fuimos a un pequeño bar en las afueras de la ciudad. Le conté que llevaba meses siguiéndole la pista, pero que era un fantasma. Quería saber cómo había dado conmigo. “En este lugar sólo hay pordioseros y tú no eres uno de ellos”, fue lo único que me quiso decir.

Esa noche no dormimos. Compramos una botella de ginebra español y seguimos las rutas de los carteros. Nos quedamos por ahí hasta que los borrachos empezaron a salir de las cantinas tambaleándose. Uno nos invitó a seguirlo hacia un lugar donde había más licor y chicas por montones. Cuando nos rehusamos se fue silbando Dancin’ In The Rain.

Al amanecer estábamos sentados frente a una barbería. Afuera un tipo bajito y calvo estaba sentado sobre una gran caja. No nos tenía en cuenta para nada. Sólo se quedaba sentado en su caja, escupiendo tabaco en el suelo.

- ¿Dónde crecen las rosas salvajes? - me atreví a preguntarle al fin a Syd
- ¿No lo sabes todavía, pequeño?
- No, aún no
- ¿Qué pasó con el viejo de la emisora?
- No sé. Desapareció y ya. Sólo se fue, sin que yo supiera cómo o a dónde. Te juro que lo quise ir a buscar, pero se lo prometí, le dije que jamás lo haría.
- Hiciste bien
- ¿Y las rosas?
- No lo sé, pequeño. Afueran ocurren muchas cosas que no puedes entender como ratas que devoran gatos o poetas que cargan cabezas en sus maletines. Hay quienes dicen que no tienen esperanzas, pero le ponen azúcar a las hormigas. En el fondo creen en un mundo mejor. No me preguntes idioteces a mí.
- ¿Entonces qué carajo hago aquí sentado contigo?
- Evadir la realidad. Quedarte solo para hacer movimientos veloces que te eviten enfrentar tus problemas. No has ido a buscar el lugar en donde crecen las rosas salvajes, muchacho porque ni siquiera sabes cómo son. Ya te había advertido. No des por sentado la estupidez del corazón y el tuyo te está jugando una mala pasada.
- No me conoces bien como para decir eso de mí
- Claro que sí, si no de qué otra forma sabía que estaba en el muelle anoche. Puedo oler tu miedo. Estás tan asustado que preferiste gastarte meses detrás de mí en lugar de hacer lo que debes.
- ¿Y qué es eso?
- Tú dime. No esperes que sea yo quien arregle tus asuntos, hijo. Yo te enseñé el camino, eres tú quien debe recorrerlo ahora.

Durante el resto del día vagué sólo por la ciudad. Syd tenía razón. No era más que un cobarde y este era el peor escenario posible. Estaba quebrado, sin amigos y sin chica. Apenas me alcanzaba para un almuerzo barato en cualquier lugar.

Caminar en los suburbios de un sitio como este no ayuda a mejorar el estado de ánimo de nadie. El olor a mierda marea a los turistas que creen que hay un paraíso aquí. Algunos tienen que volver a sus países con el rabo entre las patas porque este sitio los devoró. Otros, son más inteligentes y sólo quieren encontrar extravagancias en los callejones oscuros. Salud por ellos.

Pasa del medio día y mi estómago protesta. Le mando a callar y le echo una cerveza. Se calma un rato. Todavía estoy gravitando en ningún lugar. Mi cabeza es un desastre. ¿Quién es realmente Henry Lee? ¿Dónde se metió el viejo? ¿Por qué Syd me conoce mejor que nadie? ¿Dónde crecen las rosas salvajes?

Me queda dinero suficiente para un trago más y después se acabó. Esta noche no tendré en donde dormir. El cielo se oscurece y amenaza con ahogarme si no busco refugio en un lugar alto, pero ¿a dónde? Las gotas caen y la gente corre como si fueran gallinas decapitadas. Yo no me muevo. La lluvia empieza a caer sobre mí y los vapores del alcohol se esfuman.

No hay nadie a quién llamar. Pienso en pasar por la emisora, pero cuando lo pierdes todo, tu palabra es lo único a lo que te puedes aferrar. Syd se había desaparecido entre la multitud. La lluvia me nubla la vista, el hambre acosa de nuevo. Tengo frío. Nunca había estado más solo. ¿Qué son las rosas salvajes? ¿Dónde puedo encontrarlas?

Al otro lado de la calle hay un anuncio pegado a la pared. El agua empieza a arruinarlo, pero alcanzo a leer. Dice: “Nick Cave And The Bad Seeds. Wold Tour Where The Wild Roses Grow”. Cruzo la vía y me paro a mirar el afiche y todo se hace más claro. Syd tenía toda la razón. Fue tal y como me lo dijo cuando lo conocí. Ya tengo la mitad de la batalla ganada. Ahora sólo me falta el resto.

Nadie como DiMaggio



El viejo siempre decía que había visto a DiMaggio batear siete hits seguidos. “Uno tras otro, muchacho, como si fuera así de sencillo sacar esa pelota del estadio de los Yankees”, contaba con los ojos encendidos y viéndome directo a la cara. Pero Capa, nunca has estado en Nueva York, le decía yo de vez en cuando.

Entonces, el viejo se encorvaba, hasta casi formar un signo de interrogación con su cuerpo y dejaba escapar un suspiro corto. “No sabes nada, muchacho. Aún eres joven y no entiendes qué es ver a DiMaggio batear un hit. Tus héroes son idiotas que no soportan el fuego y se derriten como mantequilla, no como él”, replicaba con un aire ausente, como si no hablara conmigo sino con él mismo.

“DiMaggio murió antes de que yo naciera, Capa… ¿cómo pretendes que entienda algo así?”, insistía yo. En ocasiones me irritaba que me tratara como a un chicuelo a quien puedes engatusar con fantasías casi que seniles.

“Además, a mí ni siquiera me gusta el béisbol ¿entiendes? Mis héroes son músicos, esos de la resistencia, los que de verdad lograron un cambio, esos revolucionarios que sí mejoraron la sociedad. ¿Qué mejoras al golpear una pelota con un pedazo de madera? No me tomes por idiota, Capa”.

Intentaba lastimarlo. Me irritaba en momentos como este, cuando el viejo trataba de hacerme sentir como un caso perdido sólo por no creer en sus historias. Cada vez que abría la boca para recordarme que no era igual de bueno que él sólo deseara destruirlo, romper su espíritu.

Pero, el viejo nunca se dejaba. Era firme como un roble, y mis ataques apenas si sacudían sus ramas gruesas. Simplemente se encogía de hombros y decía una y otra vez que yo era apenas un niño, un mocoso que tenía la cabeza metida en el culo mientras la vida me pasaba frente a los ojos.

Sólo repetía eso y seguía tallando pequeños botes de pesca en trozos de tabla de unos 20 centímetros que después ofrecía a los turistas por el mismo precio de un almuerzo en el muelle. Eso era lo que más me molestaba. ¿Cómo un anciano decrépito que apenas hacía para vivir podía humillarme de esa forma?

Sin embargo, por años, yo me quedaba callado. Sabía que en parte tenía la razón: era un niño que no iba a ganar una discusión con él. Pero, este día era diferente. Las cosas habían cambiado. No iba a perder de nuevo.

Esperé su respuesta con fiebre interior. Sabía exactamente qué replicar para humillar a ese anciano. Maldito vejete mentiroso, ya conozco tus trucos, eres un perro viejo y ya veo a través de ti. Ya viene.

Pero, en lugar de eso, Capa se quedó callado. Se encorvó un poco más y entre dientes mascullo tres palabras “no entiendes nada”. Con la cabeza casi pegada al pecho, el viejo volvió a contar su historia.

“Siete hits, Eliza, imagina eso. Nadie como él, nadie podía batear así. Empezó golpeando piedras con un tronco que arrancó de uno de los botes de su papá cuando apenas era un niño, Eliza. Claro que iba a ser uno de los grandes, nadie usaba el bate como él, nadie como Joe Dimaggio”, murmuraba.

No sabía quién era Eliza. Era la primera vez que la nombraba. Aunque me sorprendió no quise preguntar nada. Parecía que yo no estuviera allí, sentado a su lado, bajo el sol de las cuatro de la tarde. Hablaba bajito, apenas podía oírlo, pero esa evidente que eso no era lo que le importaba.

Guardé silencio, petrificado junto al viejo Capa mientras tallaba embarcaciones de pescadores en madera barata. “Siete hits Eliza, siete hits uno detrás del otro, sin fallar. Las ovaciones eran estremecedoras, casi te hacían llorar. Podías oír los aplausos a millas del estadio”, continuaba sin levantar la mirada.

Nunca lo había visto de esa forma. Noté las miles de arrugas en sus manos, su pulso roto, su cabello blanco y escaso sobre la noble y redonda cabeza. Nunca lo había visto de esa forma. Caí en cuenta de sus ojos, antes eran de un profundo verde esmeralda y ahora estaban velados, como cansados de mirar.

Entonces, comprendí. Por primera vez entendí a qué se refería el viejo Capa con las historias sobre béisbol. Sentí vergüenza. En mi pecho se formó un nudo que me quitaba el aire. Quise pedirle que me contara más historias sobre DiMaggio y sobre los demás. “Cuéntame una del Rat Pack, viejo”, le iba a decir pero no tenía ya sentido, era tarde.

“Siete hits Eliza, siete hits seguidos, uno tras otro, mi amor. ¿Te imaginas eso? Yo estuve allí, amor, yo que sólo soy un viejo pescador estuve mientras la historia se escribía. Ya te lo contaré todo cuando regreses. También te voy a preparar algo de esa comida que tanto te gusta, ya lo verás. Sólo debo coser la red para volver a pescar y vender algunos de estos cuadros que estoy tallando”.

En silencio me puse de pie. También sin decir nada le di la espalda y comencé a alejarme. Capa, maldito viejo, ¿por qué nunca dijiste nada? Cuando llegué a mi casa, me tumbé sobre la cama y lloré hasta que me quedé dormido. Al día siguiente supe que el viejo se había ahogado.

Un corazón roto es un reloj sin manecillas



Un corazón roto es igual que un reloj sin manecillas. Oyes el tic tac, tic tac, tic tac, pero nunca sabes qué hora es. Así es con el sufrimiento. Lloras y luego lloras un poco más, pero no sabes cuánto te falta para que termine.

Ella se fue con otro tipo. No es más alto que yo, pero le presta más atención. Sabe cuál es la última película que vio en la tele y la acompañó a esa cita con el doctor. Yo no estaba allí aunque la amaba, aunque daría mi brazo derecho por volver a oírla reír de mis chistes.

Y es que nena desde que no te tengo mi vida es un desastre. Dime qué hacer con ella. Sólo puedo pensar en que te fuiste tan lejos que le faltan pedales a mi bicicleta para alcanzarte.

¿Recuerdas cuando estabas al lado de la puerta, esperando a que yo saliera a buscarte? Siempre te preocupó ese bulto en mi pecho, creías que debía ir al doctor y yo no prestaba atención, creí que ibas a estar allí siempre para tragarte mi dolor.

Sabes que soy un idiota de grandes proporciones pero siempre encontrabas algo de lo que pudiéramos hablar sin insultar mi inteligencia. Supongo que él entiende mejor a Heidegger que yo.

Supongo que él es mejor contando las arrugas de tus vestidos.
Ella se fue y yo me quedé. Pensé en ir a lo profundo de un bosque y perder allí mi memoria pero olvidarla es casi tan imposible como pensar que puedo amar a alguien más de la misma forma.

¿Sabes algo? Cuando veo las luces de un auto brillar en la oscuridad de una autopista creo que viene por mí. Estoy seguro de que es la muerte que me encontró más fácil de lo que siempre quise admitir. Por un segundo me tranquilizo y suspiro profundo. Sé que es lo mejor. Eso tal vez al fin detenga el tic tac que ya no puedo soportar más.

Pero, el auto continúa sin golpearme y me quedó parado allí, en la mitad de la nada preguntándome cuándo termina esto y cuándo al fin podré ir a casa. Nena, no te puedo pedir que vuelvas.

Ya sé cómo eres con aquello de los caminos recorridos, pero al menos no te olvides de leer mis poemas, sabes que son sólo para ti. Trato de mejorar cada vez pero son las lágrimas, nena, las lágrimas las que no me dejan mirar mejor las palabras.

Quiero ser fuerte como tú, pero siempre fui un cobarde. Quizás por eso te marchaste. El río corre rápido y el agua que me moja no es la misma de ayer. Tú eres una actriz estrella en Broadway, yo no logro que ningún editor lea mis guiones. Tal vez es cierto: no somos el uno para el otro.

Dime tú, pequeño, qué puedo hacer entonces. Si no es con ella entonces a quién debo pedirle que me enrede el cabello y que me cuente que la lluvia sí deja de caer. Detesto el sol, pero no tampoco puedo soportar las gotas de agua cayendo sobre mí. Es demasiado cliché ¿no te parece? No soy Gene Kelly, no soy nadie y por eso estoy aquí solo.

Corazón ya deja de latir a ese estúpido ritmo, ya deja de palpitar para que te escuche, ella está lejos y el sonido de los tambores como el que tú haces ya no la seduce. Quédate callado que la molestas mientras vive tranquila, mientras es feliz.

Alma deja de rondar de una buena vez. Descansa un poco y duerme para que también yo descanse, permite que se vaya, deja que sea feliz con él, aunque no sea más alto que yo, aunque no sepa hacerla reír.

Nena feliz, nena amable, nena inteligente y preparada. Eres eso y más y yo sólo quiero algo que no puedo tener. Tú puedes hacer que todo esto se vaya de mí y no estás. No estás, nena egoísta, nena caprichosa, nena melodramática ¿dónde estás, querida, dónde te metiste traviesa?

No sé qué más hacer. Quiero que seas feliz, pero prefiero que mueras de una buena vez y así ambos estaremos tranquilos. ¿Y es eso justo contigo? Seguro que no, pero, ¿es justo conmigo? No sé, tal vez lo que necesito es recuperar el sentido común que se fue contigo. Espero que vuelva a mí antes de que sea tarde.

Pero, ese reloj sigue sonando, tic tac, tic tac, nena y no sé qué hora es. Dime tú, pequeño. ¿Ya va a terminar? ¿Esas luces en la autopista me buscan? Ojalá que sí, un reloj sin manecillas es como un corazón roto, nunca para y siempre sabes que está allí, tic tac, tic tac.

Concierto



Anoche miré el techo por horas. Conté las arrugas que tiene el cielo raso e imaginé figuras de animales y gente haciendo el amor en las sombras.

Quise sentarme a escribir un rato, pero no encontré palabras. Quise leer un poco, pero no me animaron las letras. La nevera está vacía, la cama un terreno peligroso al que debo entrar solo y por eso espero.

Afuera llueve y las palomas se ocultan en mi alféizar. Oigo a un ratón corriendo por la habitación, pero no puedo verlo. No sé qué quiere encontrar aquí.

Pronto se inundará mi cocina por la lluvia. El vecino de abajo se va a quejar. Nada que hacer, sólo esperar. Un cigarrillo me haría bien.

Creo que esto es todo. Mi destino debe ser seguir mirando el techo hasta que me pudra. Un destino salvaje reservado para pocos. Sólo pensé que debería contártelo, cabrón.

Tuesday's gone



Mi chica no es a prueba de la oscuridad, cuando entra en ella la consume totalmente y no puedo verla más hasta que regresa a la luz y me sonríe. Mi chica no es a prueba de la oscuridad pero le encanta y cada que puede se escapa de mis manías y mis celos y mis vicios y entra en ella, deja que la consuma y vuelve a mí, un poco mejor, lista a soportarme.

Mi chica me dice que esté tranquilo, que es apenas un espacio personal donde sólo cabe ella, que no debo temer nada. Me toma la cara con ambas manos y me dice que ama; yo pretendo creerle, pero cada que la miro a los ojos veo que son más y más negros.

Mi chica no es a prueba de la oscuridad pero la seduce. Allí encuentra cosas que yo no puedo darle, por eso quiere más de esa oscuridad, así que cada vez entra allí con mayores ansias. Y cada vez se tarda un poco más en regresar.

Yo me quedo afuera, solo, mirando el vacío, buscando razones. Aplico teorías geométricas e incluso en ocasiones he estado tentado a usar algo de filosofía para comprender qué se esconde detrás de esa insondable negrura que se escapa a mi comprensión. Ella ya no sonríe cuando hay luz, cuando está iluminada, entonces apago lámparas y bombillos para verla ál menos cómoda. Dejé el cigarrillo porque le molesta el fuego de mis fósforos.

Yo quiero enterderla y en silencio ruego que alguna vez me invite a entrar, pero sé que no va a pasar. Soy un lastre que la ata y la limita. Soy un apéndice que le cuelga inerte a un costado, pero sabe manejar a la perfección mi peso muerto.

Mi chica es astuta y me conoce. Sabe cuándo cumplir mis caprichos para que me calle la boca, sabe cuando palmearme en la espalda para que no sienta que soy sólo un perdedor.

Ahora espero que ella salga. Hace varios días entró en ese negro abismo tan imposible para mí y no sé nada. Me pregunto si no me extraña y quiere venir a verme, pero el viento sopla frío y no me da respuestas, así que me armo de paciencia y sigo esperando.

Si mi chica no regresa voy a marchitarme. La necesito para que me cumpla los caprichos inútiles y me dé palmadas en el lomo. Necesito que me rasque detrás de las orejas.

Amo a mi chica pero no soy suficiente para ella. Es más alta, bonita e inteligente que yo. Es presumida y coqueta. Es curiosa y habla tres idiomas. No necesita nada de mí, por eso se va allá, a donde no debe arrastrarme y darme de comer.

Pero, tú dime. Qué voy a hacer si no vuelve. Escucho a lo lejos un tren y a detrás mío un gato me observa. Creo que ambos saben que estoy perdido y que mi chica se fue para no volver.

Yo, en el fondo, también lo sé pero no tengo fuerzas para lanzarme a los rieles. Si ella viene unos minutos, tal vez encuentre valor y lo haga.

Entre tanto seguiré aguardando a que tal vez regrese, entre tanto sé que ese nudo en mi garganta es la muerte y no son lágrimas en mis mejillas, es la lluvia que me dice que el tren no tardará en pasar de nuevo y que esta vez será la última.

Alley Cat Blues



Pronto la ciudad se quedó pequeña para todos. Gustavo empacó todo en una mochila: sus cd’s de los Ramones y la escultura que le había hecho a Dora. Tomó un bus y 20 días más tarde estaba en Buenos Aires. Un mes después Ricardo lo siguió.

Federico prefirió Europa. No le dijo nada a nadie y sólo se alejó tan lejos como pudo de las calles que huelen a orines y a humo de bus. Jorge Enrique también está allá. Se levanta al medio día, desayuna con una cerveza y un cigarrillo. En las tardes si se topa con una chica la invita a tomar un trago. Si no, da igual.

Ahora, Pablo dice que también se va a largar. Me dijo: “carajo, vente conmigo” y le dije que ahora no, que tengo cosas que arreglar primero. “Ya sabes, las deudas. Le debo dinero a todos. No puedo simplemente irme”, le respondí a cada insistencia hasta que ya no me dijo nada más.

Y entonces me quedé triste y esa tristeza se caló a mis músculos y a mis huesos. Y cuando desayuno estoy triste y me siento solo. Igual pasa cuando voy por la calle, cuando entro al banco o cuando levanto una copa para brindar por el alcohol. Estoy triste y no hay qué hacer.

Cada mañana me levantó, me doy una tremenda ducha con agua fría queriendo estar mejor. Me restriego duro para sacarme la nostalgia, para no pensar que yo me huelo la mierda de las rodillas mientras todos se van detrás de la Ciudad Luz o de Charly García.

Cada mañana me lavo detrás de las orejas con estropajo e intento pensar que vale la pena seguir viviendo en la quinta paila del infierno sólo para que los abogados me dejen en paz y no me embarguen el culo.

Después de salir del baño regreso a mi cama. Cierro los ojos y sueño con la muerte. Imagino que mamá llega a levantarme, diciendo que está tarde para ir al trabajo. Entonces yo no le responderé nada. Voy a estar frío y tieso sobre mi colchón. Desnudo y morado.

Ella me sacudirá fuerte de un hombro gritando mi nombre, pero nada. Resulta que mi corazón ya no bombea sangre y mis riñones y mi hígado y mi vesícula y mi cerebro están jodidos. Pero, enseguida despierto y recuerdo que aún estoy vivo y que no tengo más tiempo que perder, debo cumplir órdenes.

Entonces ya no estoy triste. Allí es cuando me emputo con Dios, con McDonal’s y con los dinosaurios. Allí es cuando quiero llorar fuerte hasta explotar en mil partículas chiquiticas para que nadie sepa quién mierda era. No quiero ser recordado como yo mismo, no hasta que haga algo al respecto.

Maldita la hora en la que todos se fueron y me dejaron atrás. Allá están comiendo caracoles y yo atragantado en mi propia mierda. No sé porqué se tenían que ir tan así, sin que nada les diera y yo no puedo. Todos me duelen y sé con exactitud en dónde está el hueco que dejaron cuando se fueron de aquí.

Pero, también los detesto. Yo vivo llenando la ciudad de basura que ni yo mismo me trago y ellos toman cerveza sin riesgos y caminan hasta tarde por las esquinas iluminadas. Así que me dedico a odiarlos por ser valientes, coger todo lo que necesitaban y emprenderla hacia el horizonte.

Mi error fue el tardarme en escoger un buen corte de cabello cuando era niño y creerme todas esas patrañas de la democracia y el amor de una buena chica. Mi error es ser una gallina con hepatitis. Mi error es jugar su juego y no confiar en mi mano, a pesar de tener un par de ases.

La ciudad ahora es más pequeña. Cuando me despido de mi familia y cruzo la puerta de mi casa siento claustrofobia. Me digo que todo se me puede calmar con un trago pero no hay quien se lo beba conmigo porque pronto la ciudad se hizo pequeña para todos menos para mí.

El día feliz del Señor Quién?


(Foto: Martha Calle)

El Señor Quién? era un tipo bastante decente. Todos los días tomaba baños de 20 minutos y cada miércoles y sábado se rasuraba la barba y el bigote. Cuidaba su dieta. Nada de grasas saturadas ni exceso de harinas. Los domingos almorzaba coles hervidas y caminaba 30 minutos sin pausa.

Algo que el Señor Quién no podía soportar era el estar mal vestido. Por eso tenía un cuidado maniaco con su ropa. Tenía un cajón para las camisas, otro para las medias, un tercero para su ropa interior y un amplio clóset de dos metros de alto por dos metros de ancho para colgar sus pantalones, corbatas, chalecos y sacos.

Tenía además un sofisticado bidé en los que mantenía sus zapatos. Lustrar su calzado era un ritual imprescindible cada madrugada. Luego de exfoliar su rostro con suma delicadeza usando piedras y una colección de cremas y jabones que lo enorgullecía, pasaba al patio donde se dedicaba a brillar y pulir todos sus zapatos, así no los hubiese usado.

Luego, esperaba a que el sol estuviese alto en el cielo y contemplaba su trabajo. El brillo debía cegarlo para saber que lo había hecho bien. Cuando esto pasaba sonreía satisfecho. Para ese momento la señora A. ya tenía listo el desayuno y lo llamaba a la mesa.

Siempre era lo mismo: un huevo pasado por agua, sin pelar y servido en un pequeño vaso de plata. Una taza de café con leche y dos cubitos de azúcar, medio vaso de zumo de naranja, cultivadas por su vecino, el señor Dónde?, y una rodaja, de no más de 67 milímetros de grosor, de melón o papaya. Además, la señora A. horneaba unos exquisitos croissants que hacían que el Señor Quién? pecara de gula en no pocas ocasiones.

Después de tomar sus alimentos de la mañana el Señor Quién? regresaba al baño. Se lavaba los dientes por quince minutos. Luego enjugaba con productos de higiene bucal que compraba cada trece días a un cuñado suyo.

– Bien – se decía satisfecho frente a el espejo – Ya es hora.

Entonces entraba a su cuarto y se vestía tan impecablemente que para cuando terminaba ya eran más de las 10:00 a.m. Se despedía de la Señora A., encargándole que el almuerzo estuviese servido a más tardar a las 2:00 p.m.

El Señor Quién? Entonces salía a la calle. Caminaba diez cuadras hasta un paradero en la Calle ABC. Una vez allí se sentaba a esperar su transporte. Cada mañana, mientras esperaba, ojeaba el periódico. Nunca leía más allá de la segunda página.
Pero, no ese día. Ese día abrió el diario en las páginas de los obituarios. Leyó la segunda nota después del cabezote:

Ayer fue encontrado muerto en su casa de la Calle 123. El Señor Quién?, uno de los escritores de ficción más importantes de la ciudad. Las autoridades locales reportaron que el Señor Quién? Falleció a causa de asfixia, presuntamente provocada por su ama de casa la señora A, quien se encuentra bajo custodia policial. El Señor Quién? había publicado 17 novelas basadas en un imaginario cowboy espacial llamado Trip Stardust. El Alcalde de la ciudad presidirá esta tarde el funeral del Señor Quién?, quien al momento de su muerte gozaba de plena salud y se encontraba trabajando en su más reciente obra literaria.

El Señor Quién? sonrió. Dobló el diario, lo puso debajo de su brazo izquierdo y empezó a caminar en el sentido contrario a su casa.

Carpe diem my love, carpe diem



Nena, deséame suerte porque llegó el final. De aquí en adelante no hay más nada para ti o para mí, al menos no juntos. Puedes seguir durmiendo en la buhardilla hasta cuando desees y puedes quemar los libros de Borges, como siempre quisiste, ya da igual. Además, nunca me gustaron tanto como quise hacerte creer.

Supongo que era una forma de convencerte de que estoy menos vacío de lo que siempre admití, pero qué carajos, basta de posturas elegantes y protocolos inútiles. Lo cierto es que sólo soy un perro que enterró un hueso y olvidó recogerlo, pero quiere ir por él. Y es eso lo único que me hace palpitar. Nada más.

Así que buena suerte para ti también. Ahí se van a quedar tus tacones. Guardados en el clóset, como desde el día que lo compraste aunque sabías que no los ibas a usar jamás.

Siempre me gustó eso de ti. Encontrabas espacio en tu vida para todo y todos. Y cada uno tenía justo el sitio que se merecía. Yo perdí el mío por ser un idiota que poco sabe de querer.

Nunca aprendí eso de las prioridades. Imagino que en parte esa es la razón de este adiós. Pero, ¿qué más puedes pedirle a un tipo como yo? Quiero decir, amar es una maratón que requiere resistencia y de eso me resta poco, ya lo sabes. También sabes que me gusta comer solo y en la oscuridad.

Seguro no te has enterado aún, pero Violeta se suicidó hoy. Se cortó las venas en una bañera llena de agua tibia. Dicen que es la mejor forma de hacerlo. No estoy nada bien, pero todavía no he llorado por ella. Intento dejarte a ti primero. Una cosa a la vez.

Supongo que los muertos no necesitan que alguien los recuerde a todo momento. Tampoco necesitan zapatos o un techo para protegerse de la lluvia ácida. Sé que Violeta me entendería.

¿Sabes qué? Que dos mujeres te abandonen en menos de una semana no es nada bueno. Cosas de ese tipo te afectan y los dolores de espalda se hacen cada noche peores.

Por eso ayer traté de visitar a mi mamá, pero sabía que iba a preguntar por ti y todavía no tengo una buena coartada. Ella siempre estuvo orgullosa de que un lagarto como yo pudiese encontrar un lugar caliente al lado de una flor honesta y bonita como tú.

Ayer me llamó Lucas. Lo de Violeta lo tiene muy afectado. Le dije todo sobre nosotros. Me pidió que te dijera que no olvides el llevarte el CD de Velvet Underground.

Estaba bastante borracho cuando hablamos. Creo que estaba llorando, pero él siempre se pone sentimental cuando Tom Waits toca en París, así que no le di mucha importancia.

Así que nena, deséame suerte porque se terminó la canción. Deséame suerte porque te vas lejos y yo no. Y es la quietud la que mata. ¿Recuerdas a Jim? Cuando dejó de moverse su corazón le jugó una mala pasada. Janis tampoco soportó el óxido y se secó.

Tal vez me vaya cerca de ellos ahora que tú y yo no vamos a gastar tardes enteras encerrados en oscuras habitaciones de moteles de mala muerte descifrando canciones en los sonidos que hace el aire acondicionado.

Tengo planeado volver con los chicos. Me cuentan que las cosas siguen igual. No les creí una sola palabra. Sé bien cuando ellos mienten. No sé qué me están ocultando, pero no debe ser nada agradable. No les conté que me mudé. Será más fácil hacerlo al calor de unas cervezas.

Ellos siempre dijeron que lo mejor de mí eras tú. No estaban equivocados. Ahora sé que nada es mío, especialmente tu cariño. Me parte el alma llevarles malas noticias, pero cuando aprieta el frío ártico no hay muchas posibilidades.

Quisiera decirte que tengo planes. Que no estos días no he parado de escribir y que sé perfectamente que mi novela será un éxito en Europa, pero ¿para qué más mentiras? Ya dejamos atrás la diplomacia ¿cierto?

La verdad es que ya no encuentro las palabras. No encuentro emoción frente al papel en blanco y siempre termino divagando sobre alcohol cuando logro empezar algo. No sientas que te estoy culpando, al contrario, te estoy dando las gracias.

Supongo que cada fracasado tiene una musa que lo inspira lo suficiente como para dar de qué hablar durante un tiempo. Y a mí ya no me queda más. Cumpliste tu misión conmigo y te vas a ir ardiendo mientras yo me desvanezco. No te vayas a preocupar por eso. Siempre supe que vivía tiempo prestado mientras estuve contigo.

Nada tan bueno puede durar mucho y sabes mejor que nadie que no puedo soportarlo. El melodrama es mi vicio incorregible. Para sentirme bien debo estar mal. Pero, la cosa es que no quiero estar mal sin ti.

Mi consuelo por ahora es que todavía los letreros de habitaciones libres en los moteles están encendidos, así que me iré a pasar unas buenas tardes allá. Sólo yo, el aire acondicionado y la terrible presencia de tu ausencia sentada a mi lado.

Manual de uso y limpieza de corazones paralíticos


Nacer con un corazón con esclerosis supone algunas ventajas. Pero, se debe saber manejarlo. Es un arma cargada con balas de plata y para usarla hay que ser un francotirador y no Rambo con una metralleta. Un solo disparo deber bastar para lograr un crimen perfecto.

Un corazón con esclerosis te da el lujo de ser el señor aventura. El chico malo que mamá nunca debe conocer. Una suerte de James Dean sin convertible. Eres alguien que puede recibir todo el fuego sin doblarse ni gotear.

Así es porque con algunas mujeres es así. Quieren ir más allá del abismo y por eso saltan sin mirar. Nunca chequean el paracaídas antes del brinco al vacío. Aunque no te engañes. Ellas quieren el vértigo durante el día pero en la noche deben dormir arropadas y con medias. Chicas así quieren ver tus cicatrices, pero no saber cómo te las hiciste. Y tú debes saber hasta a dónde mostrar.

Hay noches en las que ellas quieren al cabeza hueca que destroza bares y es capaz de seducir a Margaret Tatcher. Quieren subir la temperatura hasta que hierva el mercurio, pero sólo hasta allí. Amar no vale. Tampoco decir una sola verdad. Ya sabes lo que dicen sobre no mentir lo suficiente.

Un corazón con esclerosis te revela el futuro. Allí estás solo. Lo ves claro como un programa de Tv y el panorama es bastante bueno. Mil mujeres en una noche y ninguna en la mañana. Podrás pasarte la vida coleccionando huellas en el colchón y prendas de vestir olvidadas.

Un corazón con esclerosis te lleva a servir tragos en un bar de Beirut. Un corazón con esclerosis es anti balas, está recubierto de titanio. Impenetrable y resistente al agua.

Desde luego, no cualquiera puede tener uno y menos usarlo de forma debida. Hay quienes saben de arte y pueden cocinar con gran sazón. Así que si cantas ópera y sabes cuánto queso lleva un Creme Bule estás jodido y mucho. Tal vez lo mejor es empezar una carrera actoral e intentar hacer algo de dinero con ella.

Un corazón paralítico puede confundirse con crueldad. Es un error común. Si logras mezclarlo con un par de frases inteligentes y una buena ortodoncia, entonces podrás usar ese despiste a tu favor. Recuerda que no tienes sentimientos, pero eso no significa que seas idiota.

Sólo una cosa. Un corazón con esclerosis no sirve si tu meta en la vida es levantarte niñas en uniforme de colegios y pendejas que creen que Cary Grant hace música country.

Tienes un corazón ciego y sin piernas. Estás jodido más allá de ser árbitro de fútbol o periodista. Tienes una condena pesando sobre tus hombros. Eres un hombre muerto caminando. Así que no te hagas ilusiones imbéciles. Límate las espinas cardiacas cada mañana y no olvides que las putas son mejores confidentes que cualquier sacerdote.

Ahora ve. Busca a quien no puedas amar aunque sea la mujer indicada. Intenta darle un par de momentos memorables y guárdate unos para ti. Un corazón con esclerosis produce insomnio y créeme una noche contigo mismo y tu soledad no es nada fácil.